Es así, rotundo y luminoso como sólo pueden serlo los números. Un Brasil admirable votó el domingo 1º de octubre para elegir al sucesor de Lula en la presidencia, cargo para el que se candidatea en pos, ahora, de un segundo mandato.
Admirable: las cifras, crocantes, limpias y rápidas, se conocieron apenas tres horas después de terminadas las elecciones, en un país cuya superficie (8.511.965 km²) triplica al área continental argentina, que es de 2.780.400 km². El veredicto de los cómputos electrónicos reenvió todo a una segunda vuelta.
Sobre 126 millones de electores registrados, votaron 96 millones. Un 48,61 por ciento votó por Lula y un 41,64 votó por Geraldo Alckmin, el candidato de la socialdemocracia.
Sin embargo, el 24 de septiembre, una semana antes de las elecciones, una de las tres principales encuestadoras brasileñas, CNT/Sensus, pronosticaba 51,1 por ciento para Lula y 27,5 por ciento para Geraldo. El martes 26, la poderosa IBOPE le daba 48 por ciento a Lula y 32 por ciento a Geraldo. Ya en las vísperas, el jueves 28, DataFolha pronosticaba 46 por ciento para Lula y 38 para Geraldo; pero contando sólo los votos válidos, Lula trepaba a 50 por ciento y Geraldo al 38 por ciento.
Las tres encuestas volcaron. Ninguna pronosticó segunda vuelta y cuando tal hipótesis era sugerida en los medios, se la descalificaba como una “operación” de la derecha. Ahora habrá segunda vuelta, claro, y aunque es muy probable que Lula gane un segundo mandato, bien podría perderlo.
Lo que sucedió debería inundar de racionalidad a la salvaje política argentina y, sobre todo, tendría que sacudir ese autismo triunfalista con el que suele narcotizarse la Casa Rosada.
Empachados de encuestas, todas ellas religiosamente pagadas por el erario nacional con las facilidades del presupuesto presidencial, quienes gobiernan se vanaglorian de la popularidad de sus políticas y se felicitan porque 2007 seguirá suscitando felicidad para ellos. Es posible que ello suceda, desde ya, pero lo que sucedió aquí al lado debería hacer pensar al kirchnerismo.
En el sur de Brasil, en las ricas y populosas regiones linderas con la Argentina, la derrota de Lula fue llamativa. En San Pablo, Geraldo amasó el 58 por ciento de los votos, contra casi el 32 de Lula. En Río Grande del Sur, igual: casi 56 por ciento para la oposición, contra 33 por ciento para Lula. En Santa Catalina, Geraldo casi 57 por ciento, contra 33 por ciento de Lula. Hasta en el Distrito Federal (Brasilia), donde se suele hacer sentir el peso del poder de turno sobre la burocracia permanente, Geraldo doblegó a Lula por 44 a 37.
Los triunfos de Lula fueron clamorosos en los estados más pobres, donde la miseria es proverbial y los cambios positivos se revelaron elocuentemente: porcentajes de 71 a 23 en Pernambuco y 67 a 26 en Bahía, para mencionar dos ejemplos.
Pero lo cierto es que Alckmin tuvo 40 millones de votos en todo el país, contra 49,6 de Lula, que necesitaría sumar 1.400.000 votos el próximo 29 de octubre para reiterar su mandato, algo muy factible, pero de certeza altamente imprevisible.
“Lo que me asusta del Partido de los Trabajadores no es ya su total olvido del discurso ético que hasta hace poco lo diferenciaba de los demás partidos, sino la incompetencia con la que se lanzó a cometer operaciones fraudulentas y canallescas. Creo que fue el propio Lula quien dijo que el sector de la inteligencia (sic) de la campaña del PT había puesto en riesgo una elección asegurada (la de él) para intentar ganar otra perdida (la de Aloizio Mercadante como gobernador de San Pablo). Si tamaña incapacidad se estuviera reproduciendo en las esferas administrativas, el país debe estar perdiendo ríos de dinero con errores operacionales”, sentenció Hélio Schwartsman, editorialista del diario Folha de São Paulo.
Y para la columnista Eliane Cantanhêde, del telediario SBT Brasil, si bien Lula tiene una ventaja fuerte sobre Alckmin, porque necesita apenas un 1,5 por ciento más para ganar, mientras que su rival precisa cerca del ocho por ciento, hay problemas severos para el oficialismo. Además de mantener intactos los votos del Norte y del Nordeste, donde tuvo “una victoria avasalladora”, Lula tendrá que conseguir apoyos en San Pablo, en los estados del Sur y en Río, sin permitirse sangrías en Minas Gerais. Pero, argumenta la periodista, “la diferencia estriba en que los votos paulistas, sureños y mineiros fueron creciendo para Geraldo en la recta final, mientras que los nordestinos se mantuvieron sólidos y fieles a Lula desde el comienzo hasta las elecciones, como una especie de muralla. El viento sopla a favor de Alckmin, que cambió la ‘onda’ en la recta final del primer turno y en el inicio del segundo”.
Si bien todo acontecer nacional responde a razones e historias particulares, y lo que acontece en Brasil no podría ser tontamente extrapolado a la Argentina, me impresiona la creciente evaporación a escala mundial del sentido, la seriedad y la credibilidad de las encuestas políticas, inversamente proporcional al aumento de la dependencia patológica que tienen para con ellas gobiernos como el del presidente Kirchner.
El feo desencaje entre los pronósticos y la realidad que ha vuelto a consumarse en Brasil deja el intenso sabor de una lección para muchos. Pero, sobre todo, la idea de que los sondeos pueden reemplazar a la política democrática, creencia con raigambre entre quienes revistan en la Casa Rosada, esta segunda vuelta en Brasil de un balotaje que nunca iba a suceder es un resultado demoledor.
También tiene sustancia exquisita describir el ADN del voto anti Lula: Geraldo ganó en todos aquellos núcleos urbanos de clara pertenencia a la modernidad y perdió en los distritos más asociados a las tradiciones y al pasado de agobio oligárquico.
Lula perdió en ciudades parecidas a Buenos Aires, Rosario, Mendoza e incluso Córdoba, espacios sociales donde hay tendencia a pensar con mayor rigor y, sobre todo, a valorizar los temas institucionales, reclamos que Kirchner suele despreciar y a los que denuesta como subproductos de “las corporaciones”.
Un último llamado de atención: las estafas seriales del PT se fueron revelando en la campaña y esto le hizo mucho daño a Lula.
¿Qué pasará en la Argentina inminente cuando las imputaciones todavía gaseosas sobre las actuales prácticas oficiales comiencen a ser sustanciadas públicamente?
Ya falta un solo octubre para las elecciones argentinas y ahora Lula tiene algo para enseñarle a Kirchner.