Desde que la economía se independizó como ciencia (más o menos hasta Adam Smith se la asociaba con la filosofía del obrar) el debate fue si los que estudiamos esa disciplina nos ocupábamos de una parte o de un aspecto de la realidad. Para unos, los economistas son sabelotodos que quieren reducir a cifras y gráficos una realidad que los excede; ellos mismos creen hacer un aporte para intentar llamar la atención sobre una dimensión subvalorada en este tipo de emergencias: cómo atender una demanda creciente con los mismos recursos. Una bienvenida sin anestesia al universo de la escasez.
La crisis del coronavirus es el más reciente. En términos de Nouriel Roubini la pandemia declarada por la OMS es un cisne negro: un fenómeno imprevisto, de alcance global, de efectos aún desconocidos en cuanto a su magnitud y para el cual no hay aún ninguna medida de total eficacia para su cura.
Como recuerda la presente edición de la revista Noticias y el Defensor de los Lectores de este diario una semana atrás, en la cultura moderna aún hay vestigios de lo que para nuestros antepasados significaba la aparición de una “peste”, en cualquiera de sus formas, aún más dañina que las guerras. Aparece la muerte y la destrucción, pero sobre todo la impotencia frente a las fuerzas de la naturaleza. Y el mayor peligro viene aparejado por la aparición de un fetichismo que otorga a las palabras, primero, pero también a las normas de cumplimiento obligatorio, el poder mágico frente a lo desconocido.
El éxito en este combate se da en tres frentes diferentes: la atención médica de los que están infectados en sus diferentes grados, la prevención para los que aún no lo están y la investigación para estudiar el comportamiento del virus, sus formas de contagio y la logística sanitaria a considerar. Es aquí donde los economistas se autoinvitaron a opinar y encontrar analogías en las redes sociales y en los medios de comunicación. De todos, hay dos aspectos en lo que pueden compartir conocimientos con muchas horas de vuelo: la organización de los recursos sanitarios disponibles para atención de una demanda creciente y el estudio del impacto de la pandemia en la vida social y económica. Respetando y tomando como insumo básico lo que los investigadores médicos van descubriendo a marcha forzada, llegaron a la conclusión que dado el aparente vector de contagio que sería muy superior a otros tipos de virus, y los índices de morbilidad y mortalidad (más bajos) es inevitable que una gran parte de la población se contagie de alguna manera aun asintomáticamente. Pero la gran lucha está en “aplanar la curva” de dicho contagio porque de esta manera se pueden utilizar mejor los recursos (atención médica, logística de traslado, estudios, medicamentos camas y respiradores) que son muy difíciles de incrementar en el corto plazo.
Muchos se enfurecen cuando el mercado actúa en circunstancias de crisis: subiendo los precios de unos productos (alcohol en gel, barbijos, medicamentos específicos) y ese es el espíritu de las medidas que la Secretaría de Comercio anunció que iba a adoptar para contrarrestar lo que se considera un comportamiento vil en un ambiente de necesidad. La mirada de un economista diría sobre este punto que el precio es una respuesta, pero no la única al exceso de demanda. Hay otros medios para arbitrar esa brecha: el Estado podría abastecer a más bajo precio, se podría liberar el cupo de importación o también quitar todos los impuestos internos que hoy gravan estos productos tan buscados.
Por una semana el ministro Guzmán no apareció al tope de las noticias económicas del país. La pandemia también arrastró la preocupación por el contexto que hasta hace un mes el Gobierno creía tener bien asumido. La caída en el precio del petróleo (casi 40% en un año) representa un alivio para el fisco, pero una presión adicional de las provincias petroleras, empresas y sindicatos por colocar un precio sostén y, además, mantener con vida al sueño de Vaca Muerta. Y en medio de este contexto enrarecido cae el plazo que se puso el ministro de Economía por presentar una oferta seria que oficia de base para la conversación con los bonistas. Las reglas de juego cambiaron, justo cuando el partido decisivo estaba por empezar.