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Supongamos

Martín Guzmán, ministro de Economía.
Martín Guzmán, ministro de Economía. | NA

Cumpliendo con su cronograma original, el Gobierno hace los esfuerzos por tener zanjado el problema de la deuda pública externa para fin de este mes. Este propósito encierra en sí mismo un enorme desafío. El primero es de diagnóstico: que el agobio de los servicios de la deuda constituyen el principal obstáculo para que el país pueda desplegar toda su potencialidad, que se reconoce enorme. El segundo es de evaluación y consiste en suponer que la propuesta que se dé a conocer a los acreedores en tiempo y forma, será aceptada en un marco de discusión razonable como para no extenderse en el tiempo. Lo cierto es que ambas cuestiones están bajo la lupa de quienes no se embarcan en este optimismo que a veces, muestran los canales oficiales.

Haber puesto a la deuda como el principal problema de la economía argentina no es disruptivo, pero no hay tanto consenso si el foco debe estar en el monto en danza o en la magnitud y concentración de los servicios. Recientemente, con la tensión al máximo en el primer vencimiento de la deuda de la segunda cuota de amortización del bono de la Provincia de Buenos Aires, quedó en claro que haberse endeudado a una tasa superior al 10% anual en dólares era un fiel reflejo del acceso vedado al mercado de capitales voluntario en el momento de contraerlo. Es el argumento en que se basan los organismos internacionales para ser inflexibles a una eventual quita de capital: si prestaron a las tasas más bajas de mercado que no reflejaban el riesgo país de cada deudor, ¿por qué tienen que correr la misma suerte de los que aplicaron un reaseguro en sus intereses pactados? Este punto es el que toman los negociadores oficiales para apoyarse en el Fondo Monetario, en lugar del clásico enfrentamiento. La entidad ya avisó que puede ser viable cualquier salida que no contemple una poda en el capital adeudado. Y detrás de él, los demás organismos de financiamiento internacional.

Si es cierto que la losa financiera es lo que más pesa en el estancamiento argentino, tomar este toro por las astas implica enfrentar de lleno al círculo vicioso de recesión-desempleo-pobreza-déficit fiscal que convirtió a la economía en tierra arrasada en comparación con la performance económica de nuestros vecinos en los últimos 40 años, al menos. ¿Pero y si el endeudamiento es consecuencia y no causa de tales endemias sociales? En este caso, eliminar esa gran piedra del camino no implicaría un pasaje automático al paraíso económico, sino solo una de las condiciones necesarias para romper con el estancamiento crónico. Cuanto más estructural y profundo sea el resultado del diagnóstico, más integral tendrá que ser el plan económico que se le reclama al actual ministro. Cada vencimiento de deuda revalida el desafío, pero también con cada decisión para destrabar un problema. Por ejemplo, esta semana con la reglamentación del trabajo de mensajeros como empleados en relación de dependencia de tal naturaleza que traiga equidad sin socavar la fuente de trabajo.

El fuerte supuesto del equipo económico, y detrás del cual se embandera el Gobierno, es que una vez formulada la propuesta argentina a los bonistas privados (más de las dos terceras partes del total), se generará un lógico período de discusiones, pero será la base para un acuerdo final, con más resignación que enojo de parte de los acreedores. Y que será el punto de inflexión para un proceso de crecimiento sostenido. ¿Pero qué pasaría si dicha propuesta carece del atractivo movilizador? Probablemente, los precios de los bonos seguirían cayendo y quedarían en el coto de caza de los fondos buitre, organizaciones de servicios jurídicos especializados en litigar y asumir el riesgo de cobranza a largo plazo. Viejos conocidos argentinos tras el default del 2002. Y un resultado también conocido.

¿Y si todo no sale tan bien? Siempre está la salida épica en que las frases de barricada jaquean a la racionalidad y la realidad económica. Al borde de la grieta solo hay términos antitéticos, no una solución de consenso. La síntesis siempre surge, pero a veces luego de conflictos innecesarios.