En Fragmentos de un tejido, Eliseo Verón nos convoca a pensar el discurso “como un espacio habitado, rebosante de actores, objetos, de escenarios”, un en-juego semiótico donde el mensaje nunca produce un solo efecto, sino numerosos efectos posibles, de sentido.
El primer fenómeno mediático, la combinatoria del orden icónico y del orden indicial, la búsqueda de dispositivos de acumulación de conocimiento, la proliferación de las experiencias a escala, la neutralización de la distancia entre producción y reconocimiento nos acerca al siglo XXI de la temporalidad a corto plazo de materializaciones reticulares. Estamos de cara ante un proceso de mediatización donde subyace un pacto implícito, un contrato de lectura, que constituye la relación entre el enunciador y el destinatario que se propone en y a través del discurso.
Así, en el ecosistema mediático, comunicar implica mantener un vínculo contractual en el tiempo, relacionado con la confianza, con la creencia, según Michel de Certeau. Pero ¿qué sucede cuando se produce una ruptura de contrato, cuando no hay fidelidad en la producción de contenidos o se cambia la trayectoria del sentido? ¿Podría decirse que hay otro discurso?
La mutación en las condiciones de acceso a la discursividad mediática produce reconfiguraciones inéditas en las condiciones de circulación, donde operan lógicas cualitativamente distintas. El vínculo de comunicación, el compromiso enunciativo, se vuelve volátil. Entonces, ¿podemos confiar en lo que leemos?
Sabemos que la virtualización de las noticias administra el ritmo del tiempo de la materia significante heterogénea. Cuanto más masiva se vuelven las condiciones de circulación, más importancia adquiere la situación de enunciación original y la necesidad de la autenticidad. Se trata legitimar la toma de la palabra, consolidarla y alejarse del estigma de las “noticias falsas” asignando un sistema de valores profesionales en la búsqueda de la veracidad de los relatos. Se trata, además, de un intento por satisfacer las representaciones sociales que enmarcan la lectura que deriva del capital cultural del lector. Los medios, así, nos proporciona un “observatorio” privilegiado que atraviesa las prácticas sociales incluso a nivel ideológico.
Queda claro que, en tiempos de coronavirus, los medios digitales enfrentan un doble desafío: competir con el flujo de contenido de las redes sociales intensificado por la crisis sanitaria patentizada por el Covid-19 y distanciarse de los “actores virtuales” que diseminan noticias falsas socavando la pervivencia del sapiens, erosionando la confianza pública en detrimento de la imagen de quienes han asumido un compromiso, un contrato, que permite distinguir discursos “en paralelo”, entre la narrativa engañosa y los hechos verídicos.
Y si bien encuestas y estudios recientes han revelado que el ochenta y seis por ciento de los usuarios en las redes han sido víctimas del engaño, falsos mensajes y rumores, todavía hay un atisbo de optimismo: la inteligencia artificial con modelos híbridos que evalúan la autenticidad de las fuentes en la continua batalla contra las noticias falsas. Como afirma Barthes: quienes se ocupan de los efectos de los mensajes sin interrogarse acerca de la naturaleza de las causas están condenados a naturalizar el signo.
*Lingüista.