Tenía el propósito de escribir a partir del título “Progreso paradojal”. Siempre escribo lo primero que se me ocurre a partir de una frase sin contenido para después tratar de darle alguno. Una vez más, el método sirvió. Gracias al título, supe que la Academia de la lengua aún no legitimó el uso de “paradojal”. Todo lo que sorprenda debe googlearse. Vale la pena: según Google del 12 de enero, mientras el término oficial “paradójico” figuraba en poco más de un millón de sitios, “paradojal” aparecía en cerca de doscientos cincuenta mil. No es poco: tarde o temprano los de la R.A.E. asimilarán esta evidencia y podrán verificar si su establecido “paradójico” no es empleado para las propiedades de un objeto simbólico –un texto, un relato, una pintura, un teorema–, mientras que “paradojal” se aplica con mayor frecuencia a los efectos que lo paradójico produce en las personas. Por ejemplo las anfetaminas que los médicos de ricos emplean para atenuar el supuesto “síndrome de desatención” creciente en los niños neocapitalistas sobrealimentados e hipertelevidentes. Pero, sea paradójico o paradojal, el síndrome de progresofilia ataca a las sociedades dependientes de los medios de comunicación. Lo padecen, en general, lo que se llama “las derechas” pero se manifiesta intensamente entre los que se consideran “progresistas”. Con siglos de dominación –desde el establecimiento de los estados y el capitalismo mercantil–, el poder ha logrado infundir en todas las clases la fe en que el crecimiento de su riqueza como meta colectiva garantiza el progreso individual, la cobertura de las necesidades humanas y el salto hacia un mayor nivel de consumo y un creciente bienestar privado. Nuestro mundo está lleno de rabinos, imanes, curas y pastores dispuestos a cualquier cosa en aras de un progreso que elevaría a sus fieles y al pueblo en general hacia una mayor igualdad y, con ella, a una mayor felicidad en la tierra, y el espectro ideológico occidental está lleno de progresistas pendientes de cada punto de crecimiento del PBI. Mientras, el mundo produce más y más ejemplos de gobiernos de derecha que incrementaron la riqueza sin alterar las desigualdades y de gobiernos progresistas que, vigilando su ingreso nacional, pasaron, como los de Lagos y Bachelet, sin corregir la ominosa distribución de ingresos de sus pueblos. Recuerdo que en vísperas de asumir la presidencia, la señora de Kirchner presentaba a Puerto Madero como el símbolo de un progreso que sería emulado por su Tren Bala. Bala la oveja mientras “progresa” hacia la esquila. O hacia el matadero: mañana en Chile votan y nada cambiará. Ojalá nos manden a Ginés para defender su fenecida Ley del Tabaco.