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trastornos ADOLESCENTES

Pasaje de cuerpos

La adolescencia es con más frecuencia el momento en el que se desencadena y diagnostica una psicosis.

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No somos eternos, pero pretendemos llegar a ser longevos. (...) En la encrucijada vital del pasaje de la niñez a la edad adulta intervienen coordenadas individuales, familiares, sociales, históricas y culturales que pueden potenciar el riesgo en ese pasaje o, por el contrario, facilitar un despliegue rico en posibilidades futuras. Cada sociedad ha tenido y tiene sus maneras de mandar a la muerte a sus jóvenes –en forma directa o indirecta– y cada joven llega a la adolescencia del modo en que puede. (...) Dado que el crecimiento implica en sí mismo un acto agresivo y de confrontación, y que no debemos esperar armonía en lo que el joven vive como disruptivo, estará en nosotros escuchar de qué se trata en cada caso. (...)

Entre el antes y el después, entre el demasiado temprano y el demasiado tarde, transita el acontecer adolescente. Hay que saber leer en ese presente, que ostenta ciertos hitos inaugurales, la inserción de una historia.

Los que pensamos que los ejes de la clínica actual no se alejan tanto de los delineados por la teoría freudiana deberíamos especificarlo estableciendo articulaciones que contemplen la modalidad de los perfiles sintomáticos que ofrece la clínica de nuestros días.

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Muchos jóvenes –con mayor frecuencia mujeres, en este caso– padecen los llamados trastornos de conducta alimentaria, otros consumen sustancias, se dañan físicamente, se cortan, o ponen en práctica distintas conductas de riesgo, sin que necesariamente busquen con conciencia el suicidio. Unos cuantos llegan por guardia, otros vía atención médica y, por supuesto, también por consulta psiquiátrica o psicológica. Son cada vez más frecuentes las internaciones de adolescentes en salas de pediatría general debido a cualquiera de los motivos mencionados. El ruido que hacen las manifestaciones sintomáticas en algunas ocasiones eclipsa el interés de afinar el diagnóstico. Ciertas conductas que aparecen como compulsivas son respuestas que buscan sortear la angustia frente a un contexto familiar que las impulsa. Suelen ser familias que atraviesan duelos con crisis importantes sin disponer de recursos para su elaboración.

El adolescente suele ser a veces aquel que pone en escena algunas de estas circunstancias en las que se encuentra profundamente involucrado, pero ya desde la perspectiva perturbadora de sus cambios vitales. También, por la emergencia de lo pulsional, la adolescencia es con más frecuencia el momento en el cual se desencadena y se puede diagnosticar una psicosis.

Por lo tanto, hay diferentes tipos de urgencias. Pero siempre hay que averiguar qué es lo que urge en cada caso. Cuando se atiende a un paciente que presenta algún grado de riesgo, es indispensable desde el primer momento realizar una aproximación diagnóstica. Nuestro proceder no será el mismo en cada caso. La urgencia aparece por una conjunción de factores que requieren una intervención adecuada que pueda evitar el desencadenamiento en cascada de situaciones que podrían ser graves.

Por de pronto, podemos inferir que la urgencia subjetiva de un adolescente está fuertemente anclada a la emergencia de lo pulsional. Un equilibrio previo se rompe, tiene que dar respuesta a otra cosa, reubicarse en el tablero de la vida de otro modo, sin saber cómo, con un contexto familiar y social que en muchas ocasiones podría no estar facilitando ese recorrido para el joven. Es bueno aclarar que toda consulta tiene un grado de urgencia subjetiva frente a la ruptura de un equilibrio pulsional que hasta ese momento no había generado la angustia que desencadena la consulta. (...)

Un tema que se ha vuelto relevante, por su frecuencia y por el compromiso corporal que implica, es el de los trastornos de la conducta alimentaria. Si bien la anorexia y la bulimia no pueden encuadrarse dentro de ningún cuadro psicopatológico, es frecuente que nos encontremos con estructuras histéricas y con rasgos obsesivos importantes que se intensifican en virtud de las circunstancias que rodean la comida. Además, como las consecuencias orgánicas debido al descenso de peso tienen a su vez efectos psicológicos, el cuadro puede complicarse.

Habitualmente se puede ubicar un desencadenante. El contexto familiar y social siempre guarda relación con esta sintomatología. El miedo a engordar, que no disminuye con el descenso de peso, nos indica una distorsión en la imagen corporal. También existe una alteración de las propias percepciones de hambre y de fatiga. En tanto hablamos de conducta alimentaria, ya estamos en un terreno que funciona bajo el dominio del acto. Nos encontramos frente a una patología del acto que pone en escena lo real del cuerpo, la subjetividad queda alienada en un discurso concreto centrado en alimentos, dietas, etc., que exige intervención médica. En la anorexia, el tema de los apetitos sexuales del sujeto queda desencarnado en tanto reniega de su corporeidad. Y el control que se quiere tener respecto del cuerpo deviene mortífero. (...)

Cuando el púber, en la encrucijada vital del pasaje de un cuerpo infantil a un cuerpo sexuado en pleno ejercicio de sus potencialidades, queda atrapado en una dimensión en la que el cuerpo es víctima de lo compulsivo de su conducta con la alimentación, evitando de algún modo ese pasaje, el joven nos está diciendo algo acerca de sus propios duelos y de la imposibilidad de abandonar una posición libidinal infantil ligada a sus objetos de amor. También es posible que esto nos revele algunos trasfondos de orden depresivo.

La pérdida que vive el adolescente remite a una pérdida primordial y pone en juego las variables que condicionaron su modo de tramitar dicha falta. (...)

*Autora de Morir joven, editorial Paidós. (Fragmento.)