Los afectos, incluso las pasiones, son un componente muy importante del hacer político, y también de la relación que tiene cada uno de los que no la “hacemos”, con la política. Este componente afectivo no es en modo alguno contradictorio con la dimensión de “racionalidad” del comportamiento político –suponiendo que esta dimensión esté presente–. Las emociones forman parte de los procesos mentales por los cuales percibimos y conocemos el mundo, lo evaluamos y lo interpretamos.
Estos últimos días, los afectos ocuparon en buena medida el centro de atención de la actualidad. Retengo dos eventos, uno de afectos negativos y otro de pasiones positivas. El caso negativo es el de nuestra Presidenta: Cristina está muy, muy enojada y así lo expresa en sus últimos discursos y en la lluvia de tuits que los acompaña: de los tres poderes del Estado, hay todavía uno que no se pliega a sus deseos.
El caso positivo es el fenómeno de la protesta en Brasil. No cabe duda que nos encontramos ante un acontecimiento de gran importancia; no lo calificaría de excepcional, porque justamente está comenzando a difundirse por el mundo. Y aquí, un poco de automarketing me parece perdonable. Bajo el título interrogativo “¿Una nueva metodología?”, dediqué mi columna del 27 de febrero del 2011 a comentar la llamada “primavera árabe” (el lector puede encontrar ese texto reproducido en las páginas 256-258 de mi libro Papeles en el tiempo). Concluía así: “¿Quién dice que las sociedades civiles de las democracias occidentales no pueden aprender algo de las multitudes árabes, aunque éstas se hayan podido olvidar del detalle de las cacerolas? Tal vez estemos asistiendo al nacimiento de la metodología para hacer revoluciones en los espacios públicos del siglo XXI”.
En eso estamos. No es el primer ejemplo en la región (nosotros ya tuvimos algunos días ‘D’) pero en la continuidad de la ola de difusión de la protesta, el proceso brasileño tiene todas las características de un caso, por decirlo así, en estado puro. (1) La espontaneidad, y como consecuencia la sorpresa: nadie, en el mundo político brasileño, se lo esperaba. La Red sirvió como plataforma natural de contacto y llegado el momento, las calles de las ciudades de Brasil se empezaron a llenar de gente. (2) La magnitud. En algunos de los días de la protesta, los medios hablaron de un millón de personas. (3) La difusión horizontal inmediata. Las reuniones multitudinarias fueron en las ciudades clave: Sâo Paulo, Rio de Janeiro, Brasilia. Pero en pocos días y como en una suerte de efecto de “contagio”, las concentraciones habían afectado los espacios públicos de – según diferentes medios– entre ochenta y cien ciudades brasileñas. (4) Un reclamo inicialmente limitado (originado en el aumento del precio de los transportes urbanos), que se transmuta en un reclamo englobante, y hasta cierto punto indeterminado. (5) La ausencia total de liderazgo identificable. No hay ninguna figura carismática que represente el movimiento en el momento en que tiene lugar: el actor es un “nosotros” a la vez inclusivo y genérico.
Convengamos en que aquí cabría la vieja frase “Si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”. Pero esta aparición espontánea del pueblo parece poner a los gobernantes, curiosamente, en un estado de franco nerviosismo; los puntos (4) y (5) son los que más le molestan a la clase política, y varias figuras del establishment brasileño ya le han reprochado a la protesta el no tener líderes y carecer de objetivos claros. Justamente es eso lo que tiene de bueno y de nuevo. Ya lo dije en otras oportunidades y lo repito: después de internet, la política no podrá volver a ser la misma. La reacción inicial de la presidenta Dilma fue excelente: transmitió la idea de que con esa protesta el Brasil era un país mejor, y que estaba a la escucha de los reclamos. Pasión positiva en la calle, que también se expresa por boca de la persona que es la máxima responsable de los asuntos de la república. ¿Consecuencias durables? En el futuro nos están esperando nuevos episodios, muy difíciles de anticipar.
Aquí, pasión negativa –bronca– expresada de múltiples maneras por la Presidenta; más allá de su capacidad discursiva, marcada por una retórica que busca persuadir al destinatario y no activarlo, Cristina ha perdido todo contacto con los ciudadanos. Allá en Brasil, pasión en las calles. Pareciera que el Carnaval es un buen entrenamiento para la política del nuevo siglo. En estos tiempos, todos estamos aprendiendo algo.
*Profesor emérito. Universidad de San Andrés.