El excelente artículo publicado por Marcos Novaro en La Nación el 14 pasado quizás permita la apertura de un rico y útil debate. Me gustaría comenzar por la cuestión del mal y la política. Porque Marcos tiene razón al defender que “todos nos planteamos fines políticos nobles, no es cierto que están de un lado los que quieren el bien y del otro los que quieren el mal”. Al decir esto en el presente contexto político argentino, Marcos es valiente. Esto por razones que estimo obvias. Lo que no es tan obvio es que fines innobles (una variante importante del mal político) no recorran entre nosotros (los argentinos) como un fantasma. Porque uno podría decir: hasta los malos más malos tienen un fundamento normativo en lo que hacen. Ni los malos más malos son los demonios de Dostoievski. Uno piensa en los K, allá en Santa Cruz, sufriendo horrores, seguramente, por tener que expoliar a las víctimas de la 1.050 por una causa noble: hacer política (para bien del pueblo). Es medio resbaladizo, pero bueno. Por eso Marcos da en la tecla advirtiendo a muchos ingenuos: es de la persecución de fines nobles que provienen tantas veces consecuencias que nada tienen de nobles.
OK. Pero, examinemos la corrupción. Es un fenómeno conspicuo, nada incidental, de los años kirchneristas. No hay forma de justificarla en términos instrumentales (con algún delirio como: “Con lo robado armamos un ejército mercenario para invadir las Malvinas”). Algo parecido al sentido común: los corruptos se mueven en arreglo a fines innobles. Esto plantea un problema, porque se sabe que una política fundada en términos morales puede ser sumamente tóxica. Si nos respaldamos en la virtud para atacar el vicio, nos colocamos en un registro casi religioso, registro religioso que nuestra ex presidenta no ha vacilado en encarnar.
No obstante, puede que en esta ocasión ese peligro esté lejos, aun si el gobierno de Cambiemos decidiera expresar, aunque fuera precariamente, pero de modo activo, los valores de la virtud republicana contra el vicio de la corrupción. No sólo porque el chivo expiatorio se merecería serlo, sino también porque el panorama que, a mi juicio, nos dejó ayer el gárrulo paso de Cristina por Tribunales es lastimoso: poca gente y un discurso extremista y sectario. ¿Hay tan pocos kirchneristas? Válgame Dios, no lo creo. ¿Hay tan pocos militantes en los valores cuasirreligiosos del kirchnerismo? Sin duda, no. Pero creo que el alcance de la convocatoria está limitado fuertemente por el contexto: la corrupción es verosímil para muchos simpatizantes o aun militantes K, y aun cuando puedan pensar que “hablar de ella es funcional a la derecha”, no es tan sencillo sentirse convocado a defender a la jefa en los tribunales. Estoy sugiriendo que de un modo u otro, y por mucho que consideren a Macri el epítome del rico entregado a los negocios antinacionales, los kirchneristas también sufren el impacto del hecho evidente de que sus jefes encabezaron un gobierno que desenvolvió el patrimonialismo más craso e ilegal. El mecanismo negador funciona, pero todo tiene un límite.
Por otra parte, el discurso de Cristina, a quien Alejandro Grimson ha calificado como “la oradora más impresionante de la historia argentina”, fue notoriamente autocentrado, egocéntrico y sectario. Decir que habló para la militancia es poco. Dejó pasar la ocasión de intentar que el kirchnerismo se articulara aunque más no fuera discursivamente con otros sectores potencialmente opositores, y la propuesta de un “frente ciudadano” sonó más que nada como una fuga hacia delante frente a los problemas de posicionamiento político que tiene el alicaído FpV. Incluso, decirle a su auditorio “Pregúntenle a la gente, ¿usted está mejor o peor que hace cuatro meses?” es una retórica sectaria. ¿Cristina propone al kirchnerismo como el pivote de qué oposición? Sólo de la oposición que el propio kirchnerismo puede constituir. Nada más autorreferencial.
*Investigador principal del Conicet y miembro del Club Político Argentino.