La gorda está loca: vive denunciando corrupciones y apocalipsis. La piba ya se puso la camiseta de todos los partidos. La chupacirios es de derecha y está en contra del aborto y de los gays. La pingüina es nuevita y no entiende las reglas del juego. Elisa Carrió, Patricia Bullrich, Cynthia Hotton y Elsa Alvarez fueron descalificadas por lo bajo con esa fiereza. Los que acusaron a las cuatro acusadoras no tuvieron en cuenta un pequeño detalle: esas mujeres corajudas decían la verdad. Se les podrá hacer mil críticas pero, en este caso, tenían razón. Fueron honestas hasta el sincericidio, se negaron a mentir, resistieron el embate corporativo que dice sin decir: “Esto pasa siempre, chicas, no quieran inventar la pólvora”. Esta vez, la transversalidad se dio entre aquellos que por distintos motivos coincidieron en un extraña alianza anti investigación. Figuras del kirchnerismo, el radicalismo, el macrismo y hasta (sorprendentemente) Margarita Stolbizer y la socialista Mónica Fein se asociaron para cerrar todas las ventanas y dejar sin luz una sesión tan oscura.
Es cierto que nadie aportó pruebas para certificar que se produjo el delito de coima o que funcionó la Banelco de Cristina. Pero también debe reconocerse que las cuatro diputadas hicieron la crónica de un escándalo anunciado porque, como dijo Felipe Solá, esa “no fue una sesión normal”. Lo lógico para todo aquel que quisiera mantener limpio el buen nombre y honor del Congreso era investigar hasta las últimas consecuencias, incitar para que hablen los que callaron, dar garantías y apoyos a los que se atrevieron a decir lo que sucedió. La clausura abrupta de las tres cuestiones de privilegio, el ninguneo discriminatorio de lo revelado por “el grupo de las cuatro” fue una manera de no separar la paja del trigo, de que paguen justos por pecadores.
Ni el kirchnerismo ni el radicalismo ni el macrismo hicieron el mínimo esfuerzo para establecer qué más había pasado. Prefirieron mirar hacia otro lado.
Fue revelador observar cómo la macrista Laura Alonso fue ovacionada por los miembros del Frente para la Victoria. Y cómo ella le dio un fuerte beso al diputado radical Juan Pedro Tunessi mientras lo alentaba, “muy bien, muy bien”. El legislador, en su ataque a Carrió, usó terminología cristinista cuando habló de “fusilamientos mediáticos”. Dos altas fuentes de PRO confirmaron a PERFIL que los cuatro diputados que se fueron del recinto y apagaron sus celulares “jamás plantearon diferencias políticas” y que, más allá del acuerdo para dar por superado el entredicho en el bloque, las ausencias “fueron inexplicables”, como dijo Federico Pinedo en caliente y ratificó después al no avalar el voto de Alonso, que desechó las denuncias en la Comisión de Asuntos Constitucionales. Tunessi no se preguntó ni mostró su indignación por los diputados radicales de Catamarca y Río Negro que abandonaron el recinto por orden de sus gobernadores o por los argumentos insólitos que dieron algunos correligionarios de su bancada, que desaparecieron.
Ya se sabe que en una guerra la primera víctima es la verdad. Tal vez por eso, simbólicamente, el repudiable cachetazo de Graciela Camaño a Carlos Kunkel vino a poner un broche de vergüenza a tono con el nivel de agresividad y violencia verbal con que los legisladores se acusaron unos a los otros. Esa batalla campal ya se derramó hacia el sector más politizado de la sociedad. Han sido contaminados con ese veneno tanto los que apoyan a CFK como quienes la combaten. La muerte de Néstor Kirchner mostró ese fenómeno multiplicado en los mensajes en las radios, en las puteadas y amenazas callejeras o en la Web a puro posteo francotirador o twitteo insultante. Muchos debieron censurar (o directamente cerrar) los mensajes de sus propios oyentes y lectores porque el nivel de rencor era casi una incitación a la violencia física. Con el sopapo de Camaño pasó lo mismo. Hubo cataratas de mensajes grabados en los programas y radios oficialistas que caracterizaron de “fascista” la actitud de Camaño, como propuso Agustín Rossi. En las emisoras más críticas las voces elevaban a Camaño a la categoría de campeona mundial de todos los pesos. “Fue una piña bien puesta”, volcó Chiche Duhalde. “Una bofetada divina, de película americana”, pifió Elisa Carrió. “Ni siquiera lo noqueó”, bromeó con mal gusto Macri. Nadie advierte sobre los peligros de que este tipo de castigos por mano propia se multipliquen y generen graves derivaciones. ¿Que pasaría si Diana Conti, por ejemplo, le metiera una piña a Julio Cobos o a Solá?
Los opositores perdieron una gran ocasión para profundizar el modelo de reclamar transparencia para las acciones del Gobierno. Tapar, ocultar, sólo beneficia a los delincuentes de la política. Los que tienen una trayectoria limpia (que son muchos, por suerte) deben pelear para extirpar a los que utilizan la democracia para enriquecerse o para inaugurar obras en sus provincias a cambio de convicciones. Aprietes y cooptaciones hubo siempre, pero llegaron al clímax y deben ser denunciados si se pretende recuperar el entusiasmo de las grandes mayorías (no sólo de la militancia) por la ética republicana. El policía honesto, siempre se ha dicho, tiene que colaborar para exonerar al que mancha el uniforme. Pasa lo mismo en todas las profesiones y oficios. En el periodismo, esto se elevó a la enésima potencia. Desde que desembarcó el kirchnerismo, cada vez hay menos espacio para el periodismo independiente. Todos los días hay más operadores políticos que disfrazan las noticias para usarlas como armas de destrucción masiva en ambos rincones del ring. Cada uno lleva agua para su molino.
El debate a cielo abierto y de cara a la sociedad siempre es bienvenido. Se trata de un extendido y recurrente reclamo surgido a partir de que el kirchnerismo hiperconcentró el poder y rechazó todo tipo de diálogo. La conversación entre distintos es el pulmón por donde respira la democracia. Pero estos días, la opinión pública asistió asombrada a la versión degradada de la búsqueda de acuerdos. La que ocurre clandestinamente entre gallos y medianoche y no puede ser confesada en público porque se basa en propuestas indecentes, mecanismos extorsivos, perversos e inmorales. Y en algunos casos ilegales.
Moraleja: las manos limpias no alcanzan para gobernar, pero son una condición necesaria para construir liderazgos políticos genuinos. Los argentinos ya probamos el “roba pero hace” y comprendimos que esa malversación, como la mentira, tiene patas cortas.