La sección Ciencia del domingo pasado nos habla sobre una iniciativa de la NASA para hacer rentable la Estación Espacial Internacional. Primero te venden que la ciencia es el imparable avance del conocimiento, el ser humano quiere llegar más allá de las fronteras terrestres, se usan ingentes presupuestos en la carrera espacial. Y luego el director financiero propone que a partir de 2020 haya misiones privadas para turistas, que podrán alojarse en la estación pero sin pasearse por el vacío espacial.
Leer la noticia me recordó algo bochornoso de esta misma agencia hace pocos meses: en marzo la NASA preparaba su primera misión 100% femenina. Dos astronautas mujeres –después de meses de preparación– harían una caminata espacial. Todo fue anunciado con bombos y platillos, pero ¡glup! advirtieron que no tenían dos trajes de talla femenina. Entonces una de las mujeres debió resignar su experiencia y subieron a un varón que pudo elegir en el guardarropas de la NASA abierto al código de vestimenta para caballeros. Capitalismo y patriarcado marchan de la mano.
No soy feminista. PERFIL del domingo publica una larga entrevista de Fontevecchia a Graciela Camaño, política inteligente, aguerrida y con mucha experiencia. Le pregunta: “¿Cuál es su relación con el feminismo?”. Y ella responde: “No soy feminista. Defiendo a las mujeres. De hecho, advierto que en el Consejo de la Magistratura es necesario cambiar los reglamentos. Lo propuse. Necesitamos una Justicia con visión de género. Cada vez que tengo audiencias con los concursantes para ser jueces, mis preguntas están vinculadas a la temática de género. No por una cuestión de poner a la mujer en el poder, sino porque las justiciables están siendo víctimas de una mirada machista en la Justicia. Y tengo casos concretos como el de Lucía Pérez en Mar del Plata. Defiendo mucho la causa de las mujeres, pero no soy feminista, en el término clásico de lo que es la palabra”.
Si en lugar de comenzar así su descripción hubiera dicho “soy feminista”, todas esas acciones habrían adquirido sentido dentro de un movimiento colectivo que procura que las instituciones sean más justas en términos de género. ¿Cuál será ese “término clásico de lo que es la palabra” que le impide decirse feminista? Aunque no es el objetivo de esta columna, voy a contar algo personal. En 1992, apenas votada la Ley de Cupo, decidimos con una colega hacer un curso de formación política para mujeres con perspectiva de género. Era algo muy sofisticado y exigente, duró dos cuatrimestres con dos reuniones semanales, y convocamos a investigadoras notables con temas de investigación que todavía no estaban presentes en las universidades (que recién a mediados de esa década iniciaron sus programas de estudios de las mujeres).
Hubo muchas políticas jóvenes que asistieron y luego tuvieron altas responsabilidades legislativas y ejecutivas. Pero una de ellas era ya en ese momento asesora de una diputada nacional que la había enviado a formarse. Esa diputada era Graciela Camaño.
Ginopia. Se llama así a la no consideración de las mujeres, su omisión. Y constituye un caso de violencia simbólica. Juristas como Alda Facio y Marina Morelli señalan la importancia de evitar la invisibilización de la experiencia femenina en el Derecho ya que resulta en situaciones injustas. La carta de la periodista Liliana Hendel en la sección Correo de Lectores del domingo muestra de qué modo los abusos y las omisiones del lenguaje conducen a consolidar posturas patriarcales en el sistema de justicia. Lo hace con precisión y conocimiento de causa, y da una lección de periodismo responsable. Llamar “síndrome” al falso SAP no lo transforma en un diagnóstico.