Cuando María Kodama, en su ejercicio perplejo de viuda y heredera y custodia de Borges, exige judicialmente a Pablo Katchadjian reparaciones por haber agregado algunos miles de caracteres al cuento El Aleph, y esas reparaciones consisten en un pedido de disculpas y la simbólica oblación de un peso, uno no puede menos que preguntarse por qué la Justicia, militante o no, debería distraer sus preciosos minutos de temas candentes como la agarrada de palanca aérea de Vicky Xipolitakis.
No existe, imagino, escritor argentino que haya dejado de establecer alguna clase de relación con la obra de Borges: ya sea para citarla, extenuarla, releerla, omitirla adrede, reescribirla, plagiarla o descartarla; Katchadjian realizó una simple operación de engorde o extendido añadiéndole algunos párrafos de su propia cosecha. Esa operación, según se lea, resulta una experimentación conceptual, una adiposidad celulítica, un gesto de vanguardia retro o supermoderno, o un acto de suprema modestia espiritual. En todo caso, es bastante sencilla comparada con la de la propia Kodama. Al demandarlo, arroja luz sobre el propio Katchadjian, lo victimiza y exalta y resulta su mejor agente de prensa y se coloca en la situación imposible y ridícula de reclamar compensaciones por un hipotético perjuicio no ejercido sobre ella. Rara posición para una señora que hace años, en la Feria del Libro, se sentaba en un stand de Emecé para firmar, como si las hubiese escrito ella, las obras completas de su difunto marido.