La columna de este ombudsman publicada el domingo 8 estuvo referida casi en su totalidad a una problemática que es frecuente, casi cotidiana, en todos los medios de comunicación: la calidad y confiabilidad de las fuentes. Anticipaba entonces que volvería sobre el tema de manera más general (mis comentarios estaban referidos a dos casos específicos, uno de ellos publicado en la sección Política y el otro en el suplemento Espectáculos), porque hace a la seriedad y transparencia del medio cumplir con algunas reglas periodísticas y éticas en beneficio del lector, del propio medio y de las fuentes.
Decía entonces –exagerando, tal vez– que “la confianza mata al periodista”, procurando con esa simplificación brutal explicar que muchas veces quienes ejercemos este oficio nos sentimos tentados a subordinar nuestro trabajo bajo la influencia de personajes que sirven de intermediarios entre la noticia, los protagonistas y el periodista, con consecuencias muchas veces peligrosas para el buen ejercicio de la profesión.
En las últimas décadas han ido ocupando espacios crecientes los asesores de comunicación o agentes de prensa de políticos, empresarios, dirigentes institucionales de áreas diversas (económicas, gremiales empresariales o de trabajadores), deportistas, artistas, medios electrónicos de comunicación (televisión, radio, internet), miembros de la llamada farándula. Y tanto han crecido que lograron crear una suerte de relación de dependencia y control respecto de los periodistas que en demasiados casos se someten a sus decisiones. Ya no sirven a quienes les pagan sus honorarios para establecer relaciones sanas con los periodistas y sus medios sino para servir de filtros, de muros, de exigentes cancerberos. Así, es frecuente ver cómo los medios –aún los más independientes– caen en la trama de campañas planificadas para beneficiar o degradar personajes o instituciones y se transforman en voceros acríticos de aquellos promotores.
Ayer, Espectáculos volvió a caer en la misma trampa: una directora de cine y televisión firmaba la columna de opinión de la contratapa, desbordante de elogios hacia su trabajo, el trabajo de sus dirigidos, la excelencia de quienes eligieron su propuesta y del canal que exhibió anoche el primer capítulo de su miniserie. Insisto: está mal como concepto y mal como política editorial, porque se trata de publicidad encubierta.
El tema no termina aquí. Volveré sobre él para ocuparme de otras fuentes dudosas: agentes de inteligencia, voceros policiales o judiciales, “gargantas profundas” y otras intoxicaciones.
Piketty. El lector Claudio Casal plantea en su correo publicado en la página anterior una inquietud relacionada con el extenso reportaje que Jorge Fontevecchia le realizara al economista francés Thomas Piketty, director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences, especialista en desigualdad económica y distribución de la renta y autor de un best seller: El capital en el siglo XXI. La entrevista fue publicada en PERFIL el domingo 25 de enero, páginas 46 a 55. Este ombudsman pidió al autor las aclaraciones del caso y ésta es su respuesta, que seguramente dejará conforme al señor Casal: “El reportaje estaba orientado a la tributación del 5% más rico de la sociedad, pero tiene razón el lector: un impuesto a la riqueza que pague todo aquel que pasa a tener una mínima propiedad (porque 35 mil dólares cuesta un departamento pequeño) no es un impuesto a los ricos sino a casi todos. Me animo a decirle al lector que Piketty hubiera respondido eso y agregado que su impuesto a los ricos no tiene un fin recaudatorio, como podría ser el impuesto al patrimonio de todos o el impuesto a las ganancias –también de prácticamente todos, porque grava hasta los sueldos medianos–; el impuesto a la riqueza de Piketty, al focalizarse en el 5% más rico de la población, tiene como fin ético corregir el exceso de desigualdad”.
Infografía equivocada. En la página 26 de la edición de ayer, el diario publicó una infografía con el título “El termómetro de los mercados”, referida al riesgo país de la Argentina. En ella se cometió un error: las cifras que van de 400 mil a 1.800.000 debieron ser 400 a 1.800.
Pacho. Para evitar que las polémicas entre lectores y el historiador Pacho O’Donnell se transformen en una suerte de debate estable en la sección Cartas, el columnista ocasional de PERFIL podrá dirigir sus respuestas directamente a quienes lo critiquen. Es para tal fin que bajo la firma de cada correo se incluye la dirección electrónica de los firmantes. Con todo el respeto que O’Donnell le merece a este ombudsman, sabrá comprender que la extensión de sus misivas –en esta edición, 4.250 caracteres– demanda un espacio que les resta a otros lectores la exposición de sus propias inquietudes.