La percepción es un fenómeno de contrastes. En la escuela secundaria, poníamos un balde con agua caliente, otro con agua bien fría, y en el medio de los dos un tercer recipiente con agua natural, e íbamos metiendo la mano. Para confusión de nuestros sentidos, la mano que venía del agua caliente percibía el balde al natural como si estuviera frío, mientras que la otra mano, que venía del ambiente de temperaturas más bajas, sentía el agua neutra como si en realidad estuviera caliente.
La paradoja perceptiva se explica porque la selección natural diseñó la percepción para reaccionar por contraste, facilitando la adaptación de la especie a los cambios en el ambiente. Por esta razón, aunque hace cuatro años que la economía no crece, el Indice de Confianza del Consumidor (ICC) que publica la Universidad Di Tella está en niveles similares a los que había en 2011, cuando la economía volaba a tasas chinas y los dólares no eran un bien escaso.
La clave es que las expectativas de los consumidores se derrumbaron 23,4% en febrero de 2014, por culpa de la devaluación, pero como desde entonces el dólar, que es usado por la gente como referencia para formar la “sensación térmica” de la economía, sólo aumentó 18% mientras que el changuito del súper acumuló una suba del 58%, la confianza de los consumidores se recuperó de la mano de la apreciación real del peso.
Para completar el combo, aunque la inflación es alta, también es cierto que en comparación con el año pasado los precios corren más lentamente y la gente percibe esa desaceleración.
La mano que viene de una economía congelada percibe esta realidad de estanflación con cierto calor, porque la percepción funciona como un indicador de contrastes, señalando los cambios.
Por último, tampoco la gente tiene un modelo de equilibrio general en la cabeza ni tiene por qué saber sobre sostenibilidad cambiaria o la salud de las cuentas públicas. Como suelen decir los psicólogos, el mejor predictor del comportamiento futuro es el comportamiento pasado, y esto aplica para la percepción sobre la evolución futura de las variables económicas. Por eso, por la misma razón por la que la gente creía en 1955, en 1975, en 1981 y en 2001 que los salarios artificialmente altos en dólares podían continuar por mucho tiempo más, ignora ahora la insostenibilidad del atraso cambiario, con todo lo que ello implica, proyectando en su mente la posibilidad (implausible) de la continuidad.
*Economista UNLP.