Independientemente de la posición que cada uno pueda tener al respecto, no creo que nadie ponga en duda que el conflicto entre el Gobierno y los medios de comunicación quedará en nuestra historia como uno de los rasgos centrales de la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner. En los últimos días, se produjo justamente una discusión entre el director de este diario, Jorge Fontevecchia, y Miguel Wiñazki, director periodístico de la Maestría en Periodismo del Grupo Clarín y de mi propia universidad, San Andrés. A un artículo publicado por Miguel Wiñazki (“El Gobierno crea grupos de medios oficiales y ultrakirchneristas”) Jorge Fontevecchia reaccionó en su contratapa del domingo pasado (“¿Mejor tarde que nunca?”), respuesta a la que Wiñazki reaccionó a su vez este último jueves (“Los mitos y la leyenda negra del periodismo”). Más allá del placer que me produce este tipo de intercambios (deberían ser mucho más frecuentes en nuestros medios informativos), mi propósito es aprovechar la ocasión para recordar, por lo menos, dos de las muchas cuestiones que están en el horizonte de esa discusión y que constituyen, me parece, importantes problemas de fondo.
Fontevecchia planteó una cuestión de ciclos en las posiciones de los medios respecto de los gobiernos (“endiosar al presidente que asume” para luego “demonizarlo”), y plantea, respecto de Clarín, la pregunta de si no sería mejor “nunca que tarde”, rompiendo el ciclo del endiosamiento-demonización, que Fontevecchia considera “erratismo inmaduro”. Punto de vista que Wiñazki denuncia en su respuesta como “cálculo errado y pura especulación comercial”. Creo que aquí hay por lo menos dos cuestiones diferentes: el problema general de los ciclos y el caso específico de este Gobierno.
La tendencia de los medios a “endiosar al presidente que asume” para después “demonizarlo” es un efecto indirecto, perverso y complejo de las características y de los ritmos electorales de la mayoría de los sistemas republicanos presidencialistas actuales, que los medios simplemente reflejan. Hace ya más de treinta años, se hablaba en Francia del período de estado de gracia de los presidentes electos (generalmente, el primer año de gobierno), que después sistemáticamente se transforma en estado de pecado y de culpa. (A Obama, por ejemplo, se le ha terminado en estos últimos meses el estado de gracia y esto se siente, aún en los medios que lo apoyaron sin reservas durante la campaña electoral). Ahora bien, justamente esta ley cíclica no se aplica al actual Gobierno: Cristina no conoció ningún estado de gracia. ¿Por qué? Porque atacó a los medios en general y a Clarín en particular desde el inicio. El 1º de abril de 2008 (a cuatro meses de haber asumido) la Presidenta se lanzaba a una crítica virulenta, en un discurso en Plaza de Mayo, denunciando una caricatura del dibujante Sábat en el diario Clarín, calificándola de “mensaje cuasimafioso”. Hay (para decirlo con prudencia) pocos antecedentes de un presidente apenas electo que condena violenta y explícitamente el humorismo político.
En cuanto a la “especulación comercial” que evoca Wiñazki, me permitiré recordar lo que discuto, una y otra vez, con mis alumnos de la Maestría en Periodismo antes mencionada: en las sociedades en que vivimos, la información es un bien social y una mercancía al mismo tiempo. Estos dos aspectos son inseparables y generan permanentes e inevitables contradicciones en el ejercicio de la profesión. Los periodistas tienden a insistir en el primer aspecto y a olvidar el segundo. Informar a los ciudadanos es, nos guste o no, un negocio (pregúntenle, justamente, al señor Szpolski), del mismo modo que la salud de los ciudadanos es un bien social y un negocio (pregúntenle a Obama). Y si el negocio anda mal, te van a informar mal y te van a tratar mal en la clínica. Pero es verdad que, en los casos en que las mercancías (o los servicios) tienen esa dimensión de bien social, el ejercicio de la actividad es una eterna fuente de conflictos y tensiones para los profesionales –historias de periodistas y de médicos–, que tanto el cine como la televisión han sabido tratar con eficacia.
Un último punto, de desacuerdo tanto con Fontevecchia como con Wiñazki: uno y otro hablan de “masas”. Wiñazki, en su libro La noticia deseada, citado por Fontevecchia: “Grandes masas de seres humanos en gestos y vibraciones comunes”. Fontevecchia: “Ayudar a las masas a superar la pura sensación y el espasmo”. No y no. Probablemente los públicos de los medios informativos nunca fueron masas; en todo caso, si alguna vez lo fueron, ya no lo son más. Internet es la prueba final. Ahora bien, ¿cómo se ejerce un periodismo que tiene que escribir para una multitud de individualidades?
*Profesor plenario Universidad de San Andrés.