“Sin ideales éticos, un periódico podrá ser divertido y tener éxito, pero no sólo perderá la espléndida posibilidad de ser un servicio público, sino que correrá el riesgo de convertirse en un verdadero peligro para la comunidad.”
Joseph Pulitzer, Sobre el periodismo
Un trabajo sobre la responsabilidad de Wall Street en el estallido de la burbuja financiera que ocasionó la mayor caída del capitalismo en un siglo recibió esta semana el Premio Pulitzer. Curiosamente, el mayor galardón de periodismo de los Estados Unidos no fue entregado a un medio tradicional: la distinción por la categoría “Investigación Nacional” –la más representativa de las otorgadas por la Universidad Columbia– fue entregada a ProPublica, una organización sin fines de lucro que realiza coberturas independientes que luego son publicadas en la prensa norteamericana. La serie de artículos “Wall Street: la máquina de hacer dinero” fue seleccionada por “exponer las prácticas cuestionables en Wall Street que contribuyeron a la crisis”.
Los periodistas Jesse Eisinger y Jake Bernstein demostraron que algunos banqueros habían detectado los problemas que presentaba el mercado inmobiliario mucho antes de que el público y la política lo hiciera. A pesar de que los compradores buscaban retirar sus ahorros, los ejecutivos bursátiles mintieron para mantener el sistema de hipotecas funcionando, lo que retrasó la caída del sector y terminó provocando un desplome mucho mayor. El resultado fue penosamente conocido: enormes ganancias para Wall Street y la peor crisis financiera desde la Gran Depresión de 1930, con elevadas tasas de desempleo y exorbitantes déficits en los países industrializados.
La investigación de ProPublica –que ya había sido distinguida en 2010 con los 10 mil dólares que ofrece el premio–, también pudo reconstruir cómo se construyeron las multimillonarias hipotecas subprime, que incrementaron la crisis entregando dinero sin respaldos financieros, y cómo la banca apostó en su contra para beneficiarse con la caída del mercado inmobiliario. El trabajo de los periodistas fue clave para que la Comisión de Bolsa y Valores de Estados Unidos demandara a Goldman Sachs, y en el debate sobre la reforma financiera, los artículos de Eisenger y Berstein fueron citados en el Senado norteamericano.
Los Premios Pulitzer representan la más alta distinción periodística en los Estados Unidos. Empezaron a otorgarse en 1917, luego de que Joseph Pulitzer dejara un testamento para mejorar la calidad de la prensa estadounidense. Desde entonces, un comité formado por especialistas en medios se da cita en Columbia para elegir al ganador. Más allá de esos honores, es interesante advertir que Pulitzer nunca hubiera ganado un Pulitzer.
El editor húngaro que emigró a Estados Unidos a fines del siglo XIX es recordado por haber sido uno de los pioneros en el sensacionalismo periodístico y la “prensa amarilla”. Luego de comprar en 3 mil dólares el diario en el que trabajaba, reconvirtió el Saint Luis Despatch en un éxito de ventas con noticias en las que se privilegiaba el impacto por sobre la rigurosidad. Más tarde repetiría el suceso con el New York World que lanzó a la fama el suplemento “El chico amarillo” (The Yellow Kid), historieta de un niño regordote con dientes desalineados, que sería furor en los sectores populares y llevaría la tirada de 15 mil ejemplares a más de 600 mil. La disputa por alcanzar la cima en la edición de los diarios estadounidenses de principios del siglo XX encontraría en la figura de William Randhom Hearst –personaje que dio vida al protagonista de la famosa Citizen Kane de Orson Welles– la lucha por el podio del sensacionalismo con The New York Sun.
En 1892, Pulitzer le propuso a Columbia fundar una escuela de periodismo. Pero sólo con la muerte del controvertido editor la prestigiosa universidad dejó de lado sus conflictos éticos para administrar los dos millones de dólares que habían sido donados. El galardón más importante de la prensa estadounidense nacía con un dejo de hipocresía. La misma hipocresía de Wall Street.