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Apuntes en viaje

Pescados

Salta un pez plateado suspende el aire detiene el paisaje un momento suficiente para traerme otro lo ha atrapado mi padre en un arroyo lo limpia mi madre sobre el pasto del fondo de mi casa vuelan las escamas impulsadas por la hoja del cuchillo.

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Pescados. | MARTA TOLEDO

Es una mañana espléndida. Hay sol por donde se mire. Mientras tomo unos mates tengo sobre la mesa dos libros de la editorial Salta el Pez. Planeo ir de uno a otro, pero apenas abro el primero me quedo mirando el logo de la editorial (un pez arqueado en un salto) que se reproduce, delicado, una diminuta mancha de tinta en el margen superior de cada página, emergiendo del papel ahuesado. Creo que ya no se dice así: ahuesado, pero los otros días me encontré con Juan Meneguín, el gran poeta entrerriano que también fue editor y, hablando del papel (¡la crisis del papel!), él llamó así a este tipo. Doy vuelta el libro y leo Colección Manguruyú. ¿Cuál era el manguruyú? ¿El que tiene dientes de hombre? No, ese es el manduví, siempre me los confundo. Googleo. Pertenece a la especie de los peces gato. Sigo leyendo, claro, digo: catfish. Bagre. El gran pez. Etcétera.

Es natural que vuelva a mi encuentro con Meneguín, a quien no veía desde hace casi treinta años. Aquí estamos sentados de nuevo, charlando. Lo primero será hablar de los muertos, de los que se (nos) han muerto en estos últimos tiempos. Pensé que era yo la que no los veía desde hacía unos años, pero resulta que él tampoco. Diremos varias veces en la conversación: pasó una vida. Es natural que varios días después, atrás de ese pequeño logo, vuelva a mi encuentro con el poeta del río Uruguay. Sus poemas están llenos de pescados (así decimos en Entre Ríos: pescado, no pez), de sirirís, de mojarras, de plantas… “El río es un viajero silencioso cuando se va en la niebla; / los sauces en la orilla son filigranas de niebla, / los sarandises en la orilla son las ramas y las hojas de la niebla / y hay culebras en los grandes camalotes…”.

Leo de nuevo el nombre de la editorial: Salta el Pez, le tengo que preguntar a Marina por qué le puso así. Me acuerdo de algo que escribí hace añares, me digo que lo voy a buscar y se lo voy a mandar a ella. Pero al final lo busco y no se lo mando o tal vez se lo vaya a mandar ahora o sea en una semana, porque lo corto y lo pego acá, en esta columna.

Salta un pez plateado suspende el aire detiene el paisaje un momento suficiente para traerme otro lo ha atrapado mi padre en un arroyo lo limpia mi madre sobre el pasto del fondo de mi casa vuelan las escamas impulsadas por la hoja del cuchillo se pierden entre la gramilla láminas tornasol escondidas en las hebras verdes al día siguiente a la semana siguiente cuando les dé el sol y yo acierte a pasar por allí distraída como andaba siempre escondiéndome como andaba siempre tratando de pasar desapercibida como todavía ando pasaré por allí mejor dicho pasé por allí las ojuelas de plata perdidas en el pasto guiñan como bichitos de luz en pleno día como ojitos sin dueño me recuerdan el lomo del pez que adornaron que comimos hace varios almuerzos menos la cabeza que fue a parar con sus ojos secos a las tripas del perro.

Salta un pez plateado me gustaría ahora mismo estar de cara al río mientras salta el pez plateado cualquiera uno otro parecido a ese que pescó mi padre un día qué buena suerte alzarse con un pescado así de grande y gordo y brillante qué buena suerte qué bendición por una vez las idas a pescar de mi padre tienen un argumento un trofeo que traer a casa una hermosa pieza vó que decí que nomá vamo a chupar, mirá ¿suerte de borracho o será al fin y al cabo mi padre un pescador de verdad que solo bebe para olvidar la frustración de los peces que se escurren en el agua?