OPINIóN
Figura central

Cristina Elisabet Fernández de Kirchner

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Cristina Kirchner en el acto en Ensenada. | Instituto Patria

Está leyendo un libro que se llama ¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa, de Pauline Butcher. Axel me regaló este libro, piensa. Y, antes, mucho antes, no paraba de hablarme de Frank Zappa. 

Desde que publicó Sinceramente, se le instaló una idea en la cabeza: quiero ser escritora. Pero quiero escribir ficción. Y se compró Ladrilleros, de Selva Almada y Cometierra, de Dolores Reyes. Después de leer el libro de Reyes, escribió un tuit en el que recomendaba al pueblo argentino leer la obra de esa escritora.

Alberto le dijo que ella era una gran narradora de ficción. Sus ficciones incidían en la realidad. Cada vez que hablás, le dijo Alberto, modificás el presente, condicionás el futuro. ¿Qué te pasa, Alberto, ahora vos sos crítico literario?, se acuerda que le dijo. Además, le dijo: no es lo mismo hablar, que escribir. 

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“Nunca me gustaron las tormentas. Mojarme con agua de lluvia me deja una sensación de intemperie infinita. Quizás tenga que ver con que mi abuela me contaba siempre historias de tormentas en el campo de su infancia, en donde algún rayo mataba a un animal mientras el agua furiosa hacía todo tipo de destrozos. Eso, sumado a que mi casa de entonces se llovía como un colador y el barrio dos por tres estaba todo inundado, me han alejado para siempre de los ruidos de agua tranquilizadores. Así, lluvia a lluvia, se fue creando en mí una imagen persistente: un rayo atravesando el cielo para fritar caballos, gallinas, cerdos, árboles, personas. Estoy abismalmente separada de las fuentecitas de agua del fengshui. Cuando llueve muy fuerte ni siquiera duermo.”

Eso leyó en la pantalla.

Dolores Reyes. Su viaje a Guatemala con Selva Almada la hicieron escribir esa nota. Les voy a decir a Dolores y a Selva que quiero que me hagan una entrevista en la Televisión Pública. Eso piensa. Hace zapping en la web. Lee: “Cristina volvió a exhibir que es la figura central del escenario, con demasiados cuerpos de distancia respecto de absolutamente todo el resto. 

Cristina volvió a exhibir que es la figura central del escenario, con distancia del resto

No hay grieta posible ante esa afirmación con la que, incluso, están de acuerdo quienes detestan a la vicepresidenta.

El dato es perdurable e involucra a sus seguidores fanáticos y entusiastas. A los (muy) crecientes desilusionados con “la política”. Y a los que ven en CFK la suma del mal”. 

Suspiró. Está cansada. Decidió ordenar sus muñecas de trapo. Tiene veintidós. Están en una habitación decorada como si hubiera formado parte de la película Willie Wonka & The chocolate factory. La última vez que estuvo jugando con sus muñecas no pudo evitar el llanto. La interrumpe el timbre. ¿Quién será?, piensa. Alguien al que dejaron pasar mis custodios. Es domingo. Abre la puerta y se encuentra a Lautaro Maislin. Está sin las cámaras de C5N y sin micrófono. Tiene puesta una corona dorada de plástico. Cristina sonríe. Maislin tiene un cuaderno en la mano. Le pide un autógrafo. Cristina firma y el notero se va saludando con una ligera inclinación. No vuelve a la habitación de las muñecas. Va a donde está la computadora y los libros. Agarra uno de los que está leyendo: El diario del Che en Bolivia. Página 60: “Febrero, 13. En la madrugada se desató una lluvia fuerte que duró toda la mañana, haciendo crecer el río. Las noticias mejoraron: Montaño es el hijo del dueño, de unos 16 años. El padre no estaba y tardaría una semana en volver”. Cristina piensa en el estilo de escritura de Guevara: minimalista. Claro, no tenía tiempo para barroquismos ni metáforas. 

Va a la cocina y se prepara un té. Le pone poca azúcar. Se acuerda del himno a Sarmiento: “Con la pluma, con la espada y la palabra”. Era consciente de que la palabra, la oralidad la manejaba. Ahora quiero dar un paso más, pensó. Quiero manejar la pluma. Vargas Llosa llegó a premio Nobel y es de madera, pensó. Onetti se le reía. 

Me tengo que preparar. A las ocho de la noche llegaría Soledad Olguín, una escritora extraordinaria. Tendría su primera clase de taller literario. Había leído su novela Té de litio. Tres tomos que son dinamita pura. Había visto fotos de la escritora. Le había llamado la atención su belleza. Además, parecía una dama sofisticada. Le caía bien. Estoy nerviosa, pensó. Pero ella debe estar más nerviosa que yo.

*Escritor y poeta argentino.