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Una buena noticia para la democracia

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Media sancion de ley bases. El presidente de la Cámara de Diputados anuncia su aprobación. | prensa hcdn

La media sanción de la llamada ley Bases es una buena noticia no solo para el Gobierno sino para la democracia. Demuestra que la división de poderes funciona, que el Poder Legislativo cuenta con recursos institucionales para ponerle límites al Poder Ejecutivo y eventualmente hasta poder mejorarle sus propias iniciativas. Demuestra también que Javier Milei aprende o escucha a quienes tienen más experiencia de gobierno (el ministro del Interior, Guillermo Francos). Que la Corte Suprema de Justicia, más allá de ser garante de la constitucionalidad, contribuye también a la gobernabilidad dándoles tiempo razonable a los poderes Legislativo y Ejecutivo para llegar a un acuerdo antes de intervenir. En síntesis, que el sistema político funciona alejando el gran temor de que la Argentina no pudiera resistir a un presidente excéntrico como –supuestamente con una institucionalidad más robusta– sí pudieron hacerlo Estados Unidos con Donald Trump y hasta Brasil con Bolsonaro.

En lo que respecta a las mejoras del proyecto original, hay mérito del radicalismo, del peronismo cordobés, del peronismo más distante del kirchnerismo de varias provincias y del socialismo –parcialmente agrupados en Hacemos Coalición Federal– más la Coalición Cívica, Innovación Federal y otros partidos provinciales.

Larreta ya tendría aprobada la ley Bases y Milei está obligado a ser más gradualista: así, más fue menos

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En lo que respecta a haberle puesto límites al Gobierno en su pretensión original, contribuyeron todos los diputados de Unión por la Patria y quienes además votaron en contra esta semana: los dos diputados del socialismo de Santa Fe y la del peronismo cordobés. También la oposición más intransigente contribuye a la diversidad representando a quienes pudieran ser perjudicados pero, fundamentalmente, dándole además la posibilidad a la oposición más amigable al Gobierno de poder obligar al Poder Ejecutivo a sentarse a negociar.

Para gobernar el país no alcanza con tener los votos para haber sido electo al inicio del mandato presidencial, es necesario además tener los votos de 129 diputados sobre un total de 257, y de 37 senadores sobre un total de 72. Así funciona el sistema democrático de división de poderes. Donde se reduce la legitimidad democrática a solo a los votos a presidente es en las autocracias, tantas veces criticadas con razón por quienes luego exigen decisionismo si se trata de ideas afines.

Y aunque suene paradójico, era mucho más probable que las reformas necesarias para corregir los desórdenes macroeconómicos, modernizar el funcionamiento del Estado y promover el desarrollo de la actividad privada las pudieran hacer con más profundidad y menor gradualismo aquellos candidatos más moderados, porque hubieran contado con mayor facilidad para llegar a acuerdos con los legisladores y gobernadores de partidos políticos diferentes al propio. Era una falacia que el más determinado y duro iría más rápido.

Concretamente, Horacio Rodríguez Larreta ya tendría convertido en leyes todo aquello que considera positivo de la llamada ley Bases más lo mismo de la parte de lo que Milei tuvo que posponer –y paradójicamente ser gradualista– por falta de apoyo político.

Otra falacia fue que en las últimas elecciones se enfrentaron a quienes proponían cambio versus continuidad. La necesidad de cambio era reconocida por radicales, socialistas, partidos provinciales y parte del peronismo, además del PRO y La Libertad Avanza, como quedó demostrado en la votación de la ley Bases en Diputados. Incluso la parte del peronismo que quedó unida en el bloque de Unión por la Patria hubiera tenido que votar diferente si el presidente hubiese sido Sergio Massa: la mejor demostración del ocaso kirchnerista es el continuo corrimiento hacia la derecha en la elección de los candidatos presidenciales que ungieron; primero al centro con Daniel Scioli en 2015 (peronista clásico), luego con Alberto Fernández en 2019 (socialdemócrata, que públicamente descreyó de las veinte verdades peronistas) y Sergio Massa en 2021 (quien se inició en la Ucedé y fue aliado electoral de Macri en 2013).

Es una buena noticia para la democracia confirmar que existe consenso respecto de que la inflación es un problema que reclama una solución prioritaria, que el déficit fiscal y la inseguridad deben ser combatidos con mayor determinación y que alguna forma de reforma laboral es necesaria. Luego hay diferencias enormes en materia de política internacional, perspectivas sobre la educación y dónde enfocar el papel del Estado, diferencias aunque sustanciales, siempre saludable que existan, porque, como decía Darwin, “sin dudas no hay progreso”. 

Que la sociedad haya elegido como presidente primero a un empresario que por los prejuicios de clase que generaba se le oponía más resistencia y él mismo, Macri, debiera administrar su inhibición: el mejor ejemplo fue la ola desmesurada de protestas que generó la modificación de la fórmula de actualización de las jubilaciones en diciembre de 2017, en contraste con la indiferencia que con los años fueron generando las modificaciones de esa misma fórmula y finalmente siempre para peor. Que la sociedad haya elegido luego a un presidente delegado de su vicepresidente por distintos motivos, impedido también de actuar en una dirección concreta al igual que su predecesor, aunque fuera en dirección contraria. Y que ahora la sociedad haya elegido a un presidente sin ninguna inhibición ni compromisos políticos pero también sin ninguna territorialidad política, sin gobernadores ni intendentes, y solo un puñado de legisladores, explica el nudo en el que nos encontramos desde hace una década. Por una u otra razón, tres presidentes seguidos desempoderados quizás obligue a los otros poderes, el Legislativo y los Ejecutivos territoriales a encontrar puntos de acuerdo por su propia supervivencia y que esta media sanción de la ley Bases sea ese punto de partida. Agrego a los poderes permanentes: organizaciones sindicales y empresariales, y medios periodísticos.

Quizá la fragilidad emocional de Milei obligue al sistema a ser más racional, para equilibrar

La historia demuestra que la idea de que los pueblos nunca se equivocan con sus decisiones claramente no puede ser leída literalmente sino que, cuando se equivocan, es porque aún no aprendieron una lección y precisan atravesar las consecuencias del error para cumplir ese aprendizaje inconcluso. Otra forma de interpretar la existencia de un espíritu de la historia de la que hablaba Hegel. Y Milei sea uno de los cuerpos que coyunturalmente utiliza nuestra historia para con marchas y contramarchas lograr producir una síntesis como sí tiene nuestro principal socio, Brasil, donde sea Bolsonaro o Lula los grandes lineamientos de su economía y, más allá de las declaraciones de sus presidentes, hasta de su política exterior, mantienen un rumbo.

Quizá la evidente fragilidad emocional de Milei sea partera de la necesidad de todos los demás actores de la política de ser más racionales que nunca para poder encontrar un equilibrio y, para cuando Milei haya pasado, mantener esa vocación de entendimiento para siempre.