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Pestes y torpezas

Dicen quienes saben de la cosa que en toda la historia de la humanidad han muerto de peste doscientos millones de personas. No es poco. Pero tampoco es mucho.

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Dicen quienes saben de la cosa que en toda la historia de la humanidad han muerto de peste doscientos millones de personas. No es poco. Pero tampoco es mucho: lo que pasa es que se considera peste a la peste, valgan Perogrullo y sus verdades. Peste neumónica, negra, bubónica, esas maravillas de la arqueopatología, valgan esta vez los neologismos. Ahora, de enfermedades y plagas, válgannos los santos y las cortes celestiales, porque de eso se muere la gente, hoy ayer mañana y pasado mañana; el espectro (nunca más adecuada la palabra) es tan amplio que dudo de que alguien pueda abarcarlo en lo que queda de la mañana. Nosotros parecemos últimamente presas elegidas por las llamémosles pestes. Pero no nos pongamos demasiado orgullosos: ni somos excepciones ni parece que fuera a aparecer un Bocaccio del dengue o de la gripe A. Es que las cosas han cambiado no un poco sino un mucho y hasta un muchísimo: ya no hay flagelantes, por ejemplo, que recorran las calles dándose latigazos para que el cielo perdone a la humanidad, ya no se confía en que el tabaco ahuyente a los demonios porque el pucho y sus parientes van cerca de la prohibición, ya no se catapultan cadáveres infectados a las ciudades sitiadas entre otras cosas porque ya no hay catapultas, ya no hay orgías (salvo chez Berlusconi) para aprovechar la vida todo lo que se pueda, ya no se queman hierbas olorosas ni se les echa la culpa a los terremotos. Sabemos mucho. Nos hemos enterado de los secretos del genoma humano, hemos desarrollado medicamentos y estudios, intervenciones y previsiones; dentro de poco vamos a saber cómo hacer para que las neuronas se reproduzcan. Algo sin embargo huele mal en todo esto y no estoy hablando de miasmas sino de funcionarios y de procedimientos. De ética, vamos. No hemos sabido manejarnos contra el dengue ni contra la gripe A. Todavía no sabemos. Suprimimos los datos porque había elecciones, falseamos cifras, comerciamos con los medicamentos. Somos un desastre. Perdón: tenemos en los estamentos del Gobierno gente que es un desastre. Vamos a terminar lamentando no tener flagelantes.