A Juan Nicolás Ruggiero todos lo llamaban “Ruggierito”. Por petiso, sí. Pero también apuntalaba el diminutivo esa cadencia delicada que había logrado imprimirle a su modo de hablar, pese a haber nacido pobre, en la casucha de un carpintero napolitano de la Isla Maciel. Claro que si te metías con “Ruggierito”, el pibe y sus muchachos podían hacerte arrepentir segundos antes de acabar en un zanjón, en el medio de la vereda o en la popu del hipódromo, no importa, pero siempre bien cosido a balazos.
Entró en la política a los 14 años para ganarse el puchero pegando afiches de campaña por Avellaneda, donde mandaba, pero mandaba en serio, el caudillo conservador Alberto Barceló. Llegó a tener un trabajo formal en la intendencia: otorgaba licencias a las líneas de colectivos que no paraban de crearse al ritmo de la explosión demográfica iniciada con el paso de los saladeros a los frigoríficos, y de los frigoríficos a las curtiembres.
Sus principales ingresos, sin embargo, venían de otro lado. Manejaba los burdeles y las salas de juego clandestinas de Barceló. Si te entrometías en esos negocios o te hacías el loco, te metías con el jefe. Y si te metías con el jefe, te metías con “Ruggierito”. La expresión “mandale a los muchachos” viene de allí. Años 30. Siglo XX. Preperonismo.
El posperonismo actual es nieto de la monumental industrialización de aquella matriz conservadora, que anida desde hace décadas en los sindicatos, como en ninguna estructura.
En los lugares de trabajo se promueven delegados. En las barriadas pobres y sobre todo en las tribunas (ya no de los burros, sino del fútbol) se reclutan “Ruggieritos” para que nadie se meta con los negocios del jefe. Y no te metás si preferís evitar los balazos.
El asesinato de Mariano Ferreyra es el último ejemplo de cómo funciona la cosa. Ocurrió en Avellaneda, la patria de “Ruggierito”.
Sergio “Tuta” Muhamad (barra de Chacarita) y Emilio “Madonna” Quiroz (barra de Independiente) fueron en 2006, en los desmanes del Hospital Francés y el Mausoleo de Perón en San Vicente, expresiones sin sangre fatal de lo que los muchachos del ferroviario Pablo Díaz terminaron haciendo con los militantes del Partido Obrero el miércoles pasado.
Sus jefes ya ni se ocupan de imprimir giros delicados a sus modales. El poder negocia con ellos, los subsidia, los alquila, los engorda y hasta les teme (no sea cosa que le manden los muchachos), pero prefiere que se traguen las eses para pintar de nac & pop los palcos oficiales y ciertas tertulias partidarias, como demuestran en las páginas anteriores las inquietantes fotos del supuesto asesino de Ferreyra, barra de Defensa y Justicia.
El crimen del chico del PO se podía esclarecer en cuatro horas si la dirigencia peronista K y no K hubiera dicho basta en serio, hablado más y sobreactuado menos. En las entretelas de la interna del PJ están los criminales, esperando la próxima misión.