“¡Pitiyanqui!”, descerrajó Hugo Rafael Chávez Frías sobre Dante Caputo, el blanco móvil a distancia. “Pitiyanqui”, según la Real Academia Española, es un pintoresquismo despectivo venezolano que significa “imitador del estadounidense” y que viene del francés “petit” –pequeño– y de “yanqui” –relativo a los Estados Unidos de América–. Dante Caputo habrá inspirado y expirado; luego, repuso cartesianamente que “...tras un argumento, debe seguir un argumento, y no un adjetivo”.
Como en otros órdenes de la vida, primero es conveniente poner las cosas en contexto. Dante Caputo, secretario de Asuntos Políticos de la Organización de Estados Americanos (OEA) y ex canciller argentino, viajó a París para dar unas charlas.
Las salas de la Maison de l’Amerique Latine, situada en el corazón del Faubourg Saint-Germain, con sus parterres cuajados de pálidas flores de nácar y la exposición “El Atlas de Borges” en curso, es un ámbito amable para olvidar los grilletes profesionales y disertar a inconsciente abierto, como suelen preferir los pensadores.
Caputo declaró a BBC Mundo que “la política irresponsable de ciertos países” conducía a que Rusia fuera invitada a realizar maniobras militares en el Caribe. No lo dijo de la “V” a la “A”, pero hablaba de Venezuela, la futura anfitriona de la nueva nave insignia de la armada rusa, el Pyotr Veliky, y del crucero nuclear Pedro el Grande.
Sin embargo, también dijo que no era malo que los Estados Unidos sacaran los ojos corrosivos del águila calva de América latina, idea nada insensata, y añadió que estaba asombrado por la “violación sistemática de derechos humanos” que a su juicio tenía lugar en Norteamérica, la afirmación de un hecho más conocido que ventilado.
La alianza estratégica de Rusia y Venezuela no comenzó minutos antes de las declaraciones de Caputo, como tampoco comenzaron ayer la de Brasil con Francia, ni los arreglos militares de Chile con Francia, Estados Unidos, Israel, Inglaterra, Holanda, España, Bélgica, Suiza y Alemania. Lejos de ello, y según fuentes de la industria militar rusa, en los últimos años Venezuela compró pertrechos por alrededor de US$ 4.400 millones, y desembolsará US$ 5.000 más en el próximo decenio.
Ahora, Chávez plantea una alianza de amplio espectro: económica, científica, tecnológica, técnico-militar, alimentaria, comercial, energética, financiera, gasífera, petroquímica y petrolera, entre otras áreas. Compartiendo con Brasil la visión de que la industria para la defensa es un elemento inherente al desarrollo nacional, está negociando también la instalación de una factoría para el ensamblaje del fusil de asalto automático Kalashnikov en tierra nativa.
Cuando a mediados de octubre de 2008 se reunieron en Caracas el director del Servicio de Seguridad ruso (FSB), Nikolai Patrushev, y Hugo Chávez para arreglar la visita del presidente Dmitri Medvédev, el funcionario ruso puso énfasis en aclarar que los ejercicios militares conjuntos “...no están dirigidos contra los intereses de otros países”. Diversos funcionarios chilenos, por su parte, han manifestado reiteradamente que una nación que aspira a un liderazgo emergente debe asumir mayores responsabilidades internacionales, y por lo tanto, disponer de fuerzas armadas que estén en armonía con sus ambiciones y necesidades de equilibrio. Chile destina el 4,1% de su producto bruto interno (PBI) a compras militares e invierte alrededor de 500 millones de dólares anuales en investigación y tecnología militar. De acuerdo con el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, América latina aumentó 33% su gasto militar en términos reales desde el año 2000, siendo Venezuela y Chile los países donde el incremento ha sido mayor.
Ya en su debido contexto, entonces, aparece la pregunta: ¿por qué razón Venezuela no debería hacer lo que está haciendo?
Se lo puede ver toscamente como un desafío a los Estados Unidos en eucaristía con Rusia, pero también como el esfuerzo para reunir masa crítica a la hora de sentarse a la mesa de los galanes para reescribir el paradigma de los años por venir. La perspicacia seguramente es más golosa que el simple intento de mostrar a Estados Unidos el descontento ruso por su vocación de construir un escudo contra misiles en Polonia o por ilusionar a Georgia y a Ucrania con incorporarse a la OTAN. ¿No será acaso el pitazo inicial de la decisión rusa de ser actor en América latina, habida cuenta de sus recursos naturales y de la antinatural desidia del Norte? En momentos en que el Banco Central de Rusia anunció que ofrecería US$ 14.700 millones al sector bancario en préstamos de corto plazo, como reacción a la devaluación en cascada de activos motivada por la crisis global, una decisión estratégica habla más de discernimiento que de irritación. Acaso convenga recordar que cuando Vladimir Putin fue nombrado director del Servicio de Seguridad ruso (FSB), lo primero que hizo fue remozar el despacho para ajustarlo a su gusto de asceta: madera clara que revelaba sus años en la Alemania del Este.
Se lo puede describir mercurialmente como un acto de desmesura emocional de Chávez en su disputa labial con el gobierno de Bush, o como la racional opción soberana del país bolivariano, comparable con las de Chile o Brasil.
Se puede satanizar a Rusia y a Venezuela por atreverse a surcar los mares caribeños –mientras también lo hace la IV Flota de Estados Unidos– y rociar con Coca-Cola bendita por todos los rincones del continente, o analizar estratégicamente que frente a la sorprendente falta de información que tanto McCain como Obama han exhibido respecto de Sudamérica, hay mandatarios que prefieren acariciar con sus nudillos las puertas que se abren que despellejárselos con las que nunca se les abrieron. Al fin y al cabo, Fidel Castro terminó en los estrados del Kremlin luego de haber conferenciado en abril de1959 sobre las tribunas de la Asociación Americana de Editores de Periódicos, y de que lo recibiera el vicepresidente Richard Nixon porque Eisenhower se vio imposibilitado debido a una partida de golf.
Si no le fue bien a América del Sur cada vez que los Estados Unidos puso en ella sus ojos (apoyo a golpes de Estado e intervención en los asuntos internos de terceros países), es un hecho objetivo que lo mejor que podría pasar es que los mantengan en otros lugares del planeta. Caputo no se equivoca. Pero no es menos cierto que en un mundo “whirlpool”, en un planeta en remolino, la decisión de buscar alianzas estratégicas es un dictado de la razón.
Intrínsecamente no resulta posible cuestionar a países que tengan vocación de liderazgo e intenten fortalecerla. En todo caso, más preocupante es disimular ese apetito e imaginar que, por eso, los demás carecen de él.
*Ex canciller.