Fin y principio. Soberbia y vanidad. Vamos, muchachos, vamos que el pony está resoplando y tiene las bolas por el piso. En cuanto se bajan los que se atribuyen haber aguantado “los trapos” de la derrota atrincherados en cargos donde cobran fortunas, se suben para la foto los que se sienten padres de la victoria y te hablan con ese tono de “¡guau, cómo sufrí y me la banqué por ustedes en estos años!”. No les alcanza la fama, la guita y el poder, quieren dejar su nombre inscripto en el bronce. Una pena que no haya plazas y calles sin nombre para todos.
No, no, los dos juntos no, hermano. ¿Se pasan el día mirándose al espejo y no se ven? Primero vos, Lanata. Subí los peldaños de esta escalerita. Parate ahí. Ahora levantá la pierna y pasala al otro lado del lomo. ¿Podés? Tal vez deberías aprovechar para aliviarte de tanta sobrecarga inútil, dibujitos, efectos y chistes malos que suman minutos pero aburren. “Boludo”, vos sos mejor que eso. Así, ligero de tocadores de redoblante, el pony te resiste una selfie vestido de saco rosa con la que podés ilustrar la tapa de tu próximo libro.
Bien, ahora hacé como que te sentás, pero descansá todo el peso de tu ego en la montura de la producción y los recursos a tu servicio. “¿Raro, no?”. Un tipo que necesita hacerse constante autobombo y dedicarse elogios. “Es un delirio, ¿no?”, un tipo que no resiste críticas y espera todo el tiempo admiración y reconocimiento. “Es muy loco esto, ¿no?”. Un tipo esculpiendo la estatua de sí mismo en cámara.
¿Ya está? Bien, adiós y gracias, “¿me entendés?”. Lamentaremos mucho tu ausencia, aun cuando nos concedas bola desde Miami o nos visites cada tanto. Nosotros prometemos seguirte adonde vayas, mirar las vidrieras de tus nuevos negocios y ver qué hay en oferta. Además, trataremos de volver a hacer todo el quilombo posible hasta el punto de que el país te divierta nuevamente y regreses para recordarnos la lección que seguramente olvidamos. “Un saludo al amigo Lanata”, y ahora bajate, que el pony se puso morado y está boqueando.
Su turno, Lilita. En principio, en nombre del pony, quiero agradecerle que haya tenido la delicadeza de adelgazar en estos últimos meses. Espero que no vuelva a hablar de más ahora que mantiene una dieta de discreción y silencio. ¿Me permite darle una mano? Es sólo para que logre bajar de la carroza en la que llegó hasta acá. Ayudaría mucho que les saquemos el peso místico a sus palabras, el tono apocalíptico, que se explicara con más claridad, sin insinuar tanto, sin desviar la mirada del interlocutor para no hacerlo quedar como un idiota que no comprende que usted siempre se está “jugando la vida por la República”.
Pasa, señora, que el “yo lo dije” no alcanza a encubrir todas las barbaridades que usted también dijo. Si le restamos las exageraciones a la verdad, y las multiplicamos por la cantidad de acusaciones sin sentido para luego hacer todas las divisiones que usted produjo entre gente valiosa, el resto es cero coma una a su favor. “¿Me sigue?”. Y ya que está, tire usted también la cadena nacional. Para qué cargar con semejante cruz, señora
Por suerte para el pony, hay miles, millones, que no piensan en el relato de la historia que viene, sino en la que pasó. Como María Luján Rey y los familiares de las víctimas de la tragedia de Once que asisten cada día a las audiencias del juicio y esperan la condena a Jaime, Schiavi, los Cirigliano y a todos los responsables. Como ellos, tantos que no persiguen el aplauso ni la justicia mediática, sino la real. Amia, Cromañón, inundaciones, los desposeídos, los humillados, los ignorados, esos fueron y son los héroes de la única “resistencia” que vale reconocer. Los que aguantaron menemismo, kirchnerismo y miran, y esperan ahora, sin salir a dar mancada. Los que no registra la cámara, y menos se suben para la foto sobre un pobre caballito que ni siquiera es de batalla y fue criado con el solo propósito de alegrar al país jardín de infantes.
*Periodista.