La muerte del gran poeta argentino Juan Gelman cruza nuevamente el quehacer político con la vida creativa, donde la esfera de una actividad no es un calco ni una reproducción de la otra. Este fenómeno ha sido uno de los rasgos fundamentales de la cultura del siglo XX y llega casi intacto hasta nuestros días.
Es factible que trazar un balance de la política llevada por un ser humano en el momento de su muerte sea una falta de tacto y delicadeza. Pero, justamente, de lo que más han prescindido la muerte y la política desde que emergimos sobre la corteza terrestre es de tacto y delicadeza. Borges decía que “un poeta tiene derecho a ser juzgado por sus mejores versos”. Podemos agregar, sin abusar de la analogía, que en política los hombres deben ser juzgados por lo que han hecho y no por sus intenciones ni por lo que deberían haber hecho. En estos casos, lamentablemente, nunca se impone la laudatio funebris sino el pensamiento descarnado. La verdad es un requisito insustituible de la memoria. Pero los acontecimientos humanos, al revés de los experimentos científicos, nunca poseen una sola verdad y, con frecuencia, ella no reside en una sola perspectiva sino en muchas de las voces que circulan por el planeta.
Antes de la Revolución Francesa, la poesía lírica, la que surge de la confrontación de un ser humano con el mundo, había prescindido casi por completo de la política. Ese terreno estaba reservado para la epopeya o para la poesía dramática. Uno de los muchos grandes méritos de Shakespeare es justamente el haber desplegado, a través de sus versos, una de las mayores reflexiones sobre el poder político y su ambigüedad. No puedo evitar recordar de manera simultánea, guardando las debidas proporciones, el “mi reino por un caballo” de su inolvidable Ricardo III, con “te voy a matar derrota” del poema Te nombraré veces y veces… del autor de Gotán, donde están como en una letanía los nombres de Paco (Urondo), de Rodolfo (Walsh) y de Haroldo (Conti). También podría haber incluido el nombre de ese poeta excepcional que fue Miguel Angel Bustos.
Gelman tuvo el privilegio de convertirse en un poeta emblemático, y han pesado tanto sus altos méritos poéticos como los hechos que lo acompañaron: la desaparición de su hijo Marcelo y de su nuera; la lucha por la recuperación de su nieta Macarena; el secuestro de su hija, luego liberada, aunque después de sufrir las sevicias acostumbradas; su ininterrumpida militancia; en fin, el desgarramiento entre la palabra que enuncia y los hechos que la socavan. Pero su larga participación en FAR y Montoneros se ha mantenido en un cono de sombra, como si sus triunfos literarios hubieran vuelto de mal gusto tratar sus responsabilidades como militante.
Fui compañero de Gelman, o subordinado de él, cuando era jefe de redacción del diario Noticias de Montoneros, dirigido por Miguel Bonasso y donde participaban, entre otros, Walsh, Verbitsky, Giussani, Paco Urondo, Goyo Levenson y Carlos Aznarez, jefe de la sección archivo, donde yo tenía mi lugar, otorgado por la organización a la que ambos pertenecíamos. En marzo de 1974, junto a muchos otros compañeros, rompimos con Montoneros por considerar que su accionar a través de la lucha armada era una tarea consagrada al suicidio. Al día siguiente de que lograron recuperar el arma, comprada por mí pero con dinero de la “Orga”, fui echado de Noticias y amenazado de muerte si me atrevía a reclamar la indemnización correspondiente.
Escribió Gelman en 2001, en Página 12, que gracias a que él y Galimberti se opusieron a la contraofensiva de fines de 1978 y rompieron con Montoneros en febrero de 1979, “cientos de vidas de exiliados se habían salvado”. Extraño razonamiento. No haré hincapié en el uso de la hipérbole hecha por alguien que sabía bien el peso de las palabras, pero al leer éstas no podía menos que preguntarme, con ironía, ¿cuántas vidas habíamos salvado yo y otros al irnos de Montoneros en marzo de 1974? En todo caso, no la de mi hermana, desaparecida en Córdoba en junio de 1976.
Fue precisamente en Córdoba, con motivo del doctorado honoris causa que se le otorgó a Gelman, que se suscitó una polémica con Oscar del Barco, quien se oponía a esta distinción y exigía de Gelman una confesión pública de sus responsabilidades y que dejara de actuar como el poeta-mártir para asumir las consecuencias de sus acciones. La gran cuestión reunida en No matarás, por los diversos enfoques sobre el tema, puede formularse así: quienes habíamos participado de la lucha armada ¿no éramos también, en alguna medida, responsables de la masacre que sobrevino con el pomposo nombre de Proceso de Reorganización Nacional? ¿Estábamos exculpados porque nuestros objetivos eran “buenos” y “correctos”?.
Tanto Del Barco como Gelman sabían bien de lo que hablaban, ya que el primero había tenido una participación directa en la formación de la guerrilla de Masetti (organizada por el Che), en 1963, y el segundo había mantenido lazos privilegiados con Cuba, al igual que el grupo de Pasado y Presente. La polémica se había desatado poco antes a partir de una confesión de Jouvé sobre la ejecución por parte de la guerrilla, en 1963, de dos desertores literalmente muertos de hambre en la inhóspita zona del chaco salteño.
¿El ser humano tiene derecho a matar por una “noble” causa? Desde la primera existencia de iglesias y ejércitos la respuesta es que cualquier causa puede convertirse en noble. “El poeta reina con el verdugo” escribió Kundera en La vida está en otra parte para describir a Jaromil, el joven poeta que hasta hacía poco estaba lleno de nobleza y de lirismo y que termina delatando a su novia ante la policía. Sí, ante la policía “revolucionaria”, la misma a la que muchos escritores, poetas y artistas autoproclamados revolucionarios le han disculpado todos sus crímenes.
Se ve bien que “el caso Gelman” sobrepasa por lejos sus vivencias individuales y dolores personales. Cuando recibió el Premio Cervantes aludió a la gran poeta Marina Tsvietáieva, llevada por el stalinismo hasta el suicidio, también ella “suicidada por la sociedad”. Este largo proceso que fue de la Revolución Francesa a la Revolución Rusa fue el que a veces terminó por configurar una poesía “revolucionaria”, cercana a la propaganda como al sentimentalismo. ¿No escribió acaso el Neruda de Residencia en la tierra los horribles versos “Estaba en Isla Negra, oh Camarada Stalin, cuando me llegó la noticia de tu muerte”? Que yo sepa, nunca se le reclamó a Neruda un mea culpa por haber adherido despiadadamente, como se reflejó en su comportamiento con José Revueltas, al stalinismo, como sí se lo hizo con Heidegger por su temprana adhesión al nazismo. Porque en estos asuntos de crímenes, presuntamente de Estado, hay hijos y entenados, una doble moral que nos ha depositado inermes en un laberinto.
Si Gelman ha podido sortear sus “errores” y sus responsabilidades políticas ha sido en gran medida por la palabra, por su voz poética, que lo mantuvo siempre abierto a otros horizontes. Tal vez nuestro país no padecería semejante desastre si pudiéramos escucharnos entre nosotros. En su largo y bello poema Sin nombre, Oscar del Barco consigna: “Nosotros vivíamos con el espanto del cordero”.
Quisiera cerrar este breve artículo, sobre un tema que lo excede con creces, con las palabras de René Char, cuando combatía en la Resistencia: “El poeta, conservador de los infinitos rostros de lo viviente”.
*Escritor.