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Poesía y sentido del humor

Es extraño, pero muchas veces todavía se piensa a la poesía como “una elevación”, algo que tiene relación con “lo alto”, con alguna clase de revelación, un eco que pertenece a otro mundo (siempre me divierte escuchar a los poetas contando “cómo les llega el poema”).

Tabarovsky
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Es extraño, pero muchas veces todavía se piensa a la poesía como “una elevación”, algo que tiene relación con “lo alto”, con alguna clase de revelación, un eco que pertenece a otro mundo (siempre me divierte escuchar a los poetas contando “cómo les llega el poema”). La poesía tendría alguna relación con la verdad, con lo inmaterial, con la fragilidad de lo humano. Por supuesto que hay una tradición de, como mínimo, dos siglos de puesta en cuestión de esos lugares comunes. A mí me interesa mucho la relación entre la poesía y el sentido del humor, la ironía e incluso el chiste. Por momentos, tiendo a pensar que ironía y literatura son casi sinónimos. Es que si a algo se opone la literatura es a la solemnidad. En la poesía local, un gran poeta antisolemne es Ricardo Zelarayán, autor de La gran salina, seguramente uno de los poemas argentinos más extraordinarios del siglo XX (incluido en La obsesión del espacio, de 1972). Es un poema crucial, definitivo, tan perfecto que prefiero optar por no transcribir un solo párrafo. Pero en otro poema del mismo libro, se lee lo siguiente: “El presidente mea./ Lo acompaña de parado y con sobretodo el señor ministro. / –Oigame, mi general, / ¿podría explicarme por qué / si estamos meando los dos/sólo se oye el ruido de uno? / –¡Pero Toronja Pelada ! No ves que te estoy meando el sobretodo!!!”
La de Zelarayán es una escritura que hace de la sorna, la ironía y cierta picaresca una forma terrible de ver el mundo. Hasta la violencia (su otro gran tema) está siempre arrevesada por un desacople, por un desajuste entre las palabras y la experiencia (la ironía: ese desajuste). La poesía mexicana ha dado grandes obras maestras irónicas, sobre todo en la década del 20 y 30. En esa tradición, Renato Leduc es mi poeta favorito. Nacido en 1895 y muerto en 1986, es considerado un poeta menor, un autor marginal, solitario, un excéntrico (son precisamente esos atributos los que vuelven interesantes a un escritor). En Los buzos diamantistas, de 1929, escribe: “Lunarios opalinos. Academias/rutilantes de nácar y coral, / donde monstruos socráticos decían/que sólo siendo feo se puede ser genial…”.
Leduc tenía un gusto especial por las rimas, los juegos de palabras, los parecidos fonéticos. Por lo tanto, muchos de sus poemas fueron musicalizados en forma de boleros, rancheras y canciones populares, todas con un aroma vagamente kitsch y, en algunos casos, directamente espantoso. Es la venganza del mercado y la sabiduría popular, contra el poeta cínico, escéptico, e irónico. Virgilio Piñera (1912-1979) es un poeta mayor; además de narrador, quizás el mejor cuentista cubano de nuestra época. Su humor está cargado de melancolía y dolor. El humor es oscuro, no una sonrisa sino una mueca, la antesala de una imposibilidad, una condición de encierro, tal como aparece en las primeras líneas de La isla en peso, una descripción tan cómica como desoladora del mundo cubano: “La maldita circunstancia del agua por todas partes / me obliga a sentarme en la mesa del café”. Aquí ya estamos en el terreno de lo cómico que no hace reír, de la risa que antecede al silencio. Pero a veces Piñera se sale de registro, y vuelve hacia una risa fresca, la risotada, la carcajada sin más; como en ese poema en el que describe la vida de Flora por el tamaño de sus pies: “Tu tenías grandes pies, mi amiga en seco parada./ Una luz grande te brotaba. De los pies, digo, te brotaba, / y sin que nadie lo supiera, te fue sorbiendo la nada”.
No se puede hablar del humor y del juego en serio (los sociólogos tienden a pensar que el juego es un tema muy serio, y así lo afirman sin pudor en sus serios libros; que a mí siempre me hacen reír, por otra parte). Un poco como El mar, el poema de Leduc: “Inmensidad azul. Inmensidad / patria del tiburón y el calamar;/ por el temblor rumbero de tus ondas/ vienes a ser el precursor del jazz…// Síntesis colosal/de mariscos, espumas and steamers / Profundo aquel filósofo que dijo:/ ‘Cuánta agua tiene el mar…’// ¿Fue Vasconcelos? / ¿Fue Bergson? / ¿Fue Kant?”.