Al ritmo de la crisis económica y del final de la era kirchnerista, se perciben en variadas trastiendas del poder político climas tan extraños como cambiantes.
Del Gobierno es del que más se habla, analiza, especula y denuncia, incluso en este diario, por lo que no se abundará aquí en más de lo mismo. Sólo se apuntará al respecto que se multiplican como nunca antes en la “década ganada” las grietas y operaciones entre conspicuos miembros de la administración. De las filtraciones inquietantes no se salva casi nadie en el planeta K: en los próximos capítulos las víctimas serían un presidenciable movedizo, un funcionario económico intocable –por ahora– y hasta una dirigente amiga de la Presidenta.
Al “neooficialista” Daniel Scioli le cierran más los números de las encuestas que los de su presupuesto. Ya no sólo debe pelear contra la eterna cruz de no ser el sucesor preferido por Cristina ni el peronista más crítico con ella. Ni chicha ni limonada. Además, empieza a pisar el campo socioeconómico minado que siembran Kicillof & Cía, lo que proyecta un fin de año complicado para una provincia que prácticamente paralizó la obra pública propia y donde el pago a proveedores es por goteo. Para peor, Scioli no encuentra un candidato competitivo para que lo suceda en La Plata, dado por hecho el pase de Insaurralde al massismo, tal como adelantó PERFIL el 20 de julio pasado.
A propósito, parece que a Sergio Massa comienza a opacársele la luz de “golden boy” con la que intenta iluminar su carrera hacia la Casa Rosada. Los sondeos de intención de voto reflejan estancamiento o retroceso de su imagen, que igual sigue siendo muy competitiva. Insiste hasta el hartazgo en mostrarse como lo nuevo, para lo cual prefiere evitar hablar del pasado, en especial de su paso como director de la Anses –donde promovió a Boudou– y jefe de Gabinete del kirchnerismo –donde ratificó el triste accionar de su antecesor y actual asesor, Alberto Fernández (1).
Tampoco se esmeró demasiado para explicar cómo aumentó 80% su patrimonio el año pasado. Es de suponer que incrementará este año la acumulación de capital; es lo que aconsejan los asesores financieros a los que aspiran a sentarse en los principales sillones del Estado.
La estrella del momento resulta ser Mauricio Macri. Gana si se pelea con la Presidenta. Gana si acuerda con la Presidenta. Sin mover un dedo, hizo un estropicio en Unen y preocupa a los gobernadores peronistas. Su ascenso en las encuestas es sin prisa pero sin pausa. Aparece tan blindado que sobreactúa la ampliación de impuestos, como en el caso Netflix (2), y el recorte de gastos. Tras ese aparente telón de austeridad se ocultan ciertos gustos costosos, como la contratación de helicópteros y agencias privadas de prensa (pese al enorme aparato comunicacional de la Ciudad), así como haber llevado gratis a China a medios de comunicación cercanos al gobierno porteño, en un viaje liderado por Horacio Rodríguez Larreta con motivo de los Juegos Olímpicos de la Juventud.
No todo lo que brilla es oro. Aunque nos lo encanuten, como le gusta decir a CFK.
(1) Alberto Fernández alguna vez deberá explicar cómo consiguió que el juez Oyarbide lo dejara afuera de la causa por lavado de dinero de la carrera electoral 2007, siendo que él fue el jefe de campaña kirchnerista y sus dos segundos (Capaccioli y Gramajo) sí fueron involucrados. Oyarbide sobreseyó a ambos y esta semana la Cámara Federal denunció al juez por esa decisión, que fue anulada.
(2) Cuando informa en notas sin firma sobre una lógica aplicación impositiva a Netflix, Clarín debería contarles a sus lectores que tiene un conflicto de intereses en el tema: un servicio de su empresa Cablevisión –que sí paga Ingresos Brutos– compite con Netflix. Juego limpio.