Cuando se llega a mi edad, pasados los cuarenta, uno se vuelve más sensible, más tolerante, más abierto, más predispuesto al cambio. Algo de ese orden me pasó el otro día. Estaba en la lejana estación Tronador del subte B, junto con un viejo amigo cuando, de repente, vimos en esos televisores que cuelgan del techo un video de Horacio Rodríguez Larreta. Es ése en el que tiene puesto un casco amarillo, en una obra en construcción, justamente de un subte. Algo sucedió, inexplicable tal vez, pero al ver el aviso inmediatamente quedé seducido. Nunca había reparado en el inmenso carisma que brota de su figura, en su inteligencia evidente, en su don de gente. En la publicidad se lo ve enérgico (hacia el final parece pedirle explicaciones a un ingeniero o algo así, probablemente el responsable en los atrasos en las obras del subte), entregado al amor por el bien común, y sobre todo, discreto. Tan discreto que, siendo que menciona que se están haciendo obras en el subte y que la Ciudad avanza, prefiere ser reservado y no aclara ni qué obras ni con qué calendario (¿cuándo se inauguran? ¿Cuáles estaciones?) ni ninguna otra información verificable. Pero no importa. Lo que vale es la intención. A mí me convenció y, si fuera candidato, lo votaría. De hecho, al final del spot (mientras venía el subte y mi amigo me pedía que me apurara, pero yo no podía despegar los ojos de la pantalla, imantado como estaba por el casquito amarillo) no aparece firma alguna. No está firmado por el Gobierno de la Ciudad, ni por el propio Rodríguez Larreta, ni por nadie más. ¿De dónde salió el dinero para el aviso?
Ahí sí, ya empecé a enojarme. Me enojé de verdad: tiene razón el doctor Grondona, estos kirchneristas son una manga de nazis (si algo conoce íntimamente Grondona es el fascismo) que en su prepotencia se llevan todo por delante. Pero… Pero… Mi amigo me dice que Rodríguez Larreta no es kirchnerista; al contrario, es de PRO. ¿La nueva política? (la nueva política siempre defiende viejos intereses). No importa, es apenas un detalle: ¡Lo voto igual! Pero mi amigo me dice que en Ciudad Abierta, el canal de televisión de la Ciudad, hay un programa de entrevistas de Gabriela Michetti a otros funcionarios del Gobierno, y que Macri aparece todo el tiempo. ¡Convirtieron Ciudad Abierta en el 6, 7, 8 de la frecuencia 80 del cable! No lo creo. Después mi amigo me dice que si PRO gobernara, sería peor que el kirchnerismo. ¡Peores que esta dictadura nazi-fascista-comunista! ¡Imposible! Que PRO exprese un desprecio absoluto por lo público y que la comunicación sea tan autoritaria como la del Gobierno nacional es sólo un error de juventud (son un partido nuevo). Hay que darles una oportunidad. Después de ver el spot de Rodríguez Larreta, no me cabe duda: ¡yo lo voto!
Pensaba en todo esto, mientras ya en el subte me puse a releer El discurso filosófico de la modernidad, de Jürgen Habermas, que hace unos años reeditó Katz (lo había leído a fines de los 80, en la vieja edición de Taurus). En esos años, Habermas era muy leído en la Argentina; el ideal de cierta transparencia que planteaba en su Teoría de la acción comunicativa no era demasiado ajeno al discurso político del alfonsinismo. Por entonces el progresismo, siempre tras Habermas, imaginaba a la opinión pública como un espacio crítico, que mediara entre el Estado y el mercado. Pero ya hace mucho que el progresismo se llamó a silencio sobre este asunto (y sobre los demás, también). Quizás desde que percibió que la utopía de la comunicación pública democrática lleva un nombre: Tinelli. Pero por suerte, ahora están los Rodríguez Larreta y las Michetti para reparar esa situación, y devolverle a la palabra pública su dimensión crítica. Macrismo: etapa superior del progresismo.