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Populismos

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Cuando uno sale del país y empieza a hablar de política, lo más común es escuchar decir que al sistema político de la Argentina no se lo entiende. A lo que enseguida se añade: “Al peronismo no se lo entiende”. En esto coinciden con los propios peronistas, aunque éstos en realidad lo saben, o al menos lo sienten, y si dicen que tampoco ellos lo entienden, es para no verse obligados a explicarlo. Además, cada uno tiene su propia interpretación, lo cual es lógico en un partido de masas, que ha combinado en su formación elementos muy diversos... Y tampoco comprenderá al sistema político argentino ni al peronismo si no conoce a fondo la historia, no sólo de nuestro país, sino del resto de América Latina.

También ayuda el conocer la de otras partes del mundo. A eso me dedico desde hace años; casi no hago otra cosa desde que inicié mis estudios de Sociología en la Universidad de Columbia, en Nueva York, en 1952, cuando le dije a mi advisor, Seymour Martin Lipset, que lo que quería hacer era entender al peronismo. Yo era un fuerte opositor en esa época, e ignorante por completo de la historia latinoamericana. Con el tiempo, experimentando los desastres realizados por el antiperonismo, conociendo más casos comparativos, viviendo en algunos países del área y conversando con dirigentes políticos e intelectuales de esos países, empecé a simpatizar con este movimiento popular, diciéndome: “Bueno, tiene bastantes manchas, pero ¿quién no las tiene? Además, es lo que hay”. No llegué a afiliarme, pero sí, más tarde, a trabajar para un gobierno de esa orientación, aunque fuertemente evolucionado… (...)

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Hay quien piensa que el concepto de populismo puede aplicarse a los fenómenos más insólitos, siempre que hagan apelación a sentimientos populares (o más o menos populares) desde un Reagan, una Thatcher o un Berlusconi, hasta la derecha radical a la que hemos hecho referencia. Y para algunos es simplemente sinónimo de mal gobierno o de no saber hacer las cuentas para equilibrar entradas y salidas. (…) En un artículo en el diario La Nación (3/1/2011), Carlos Pagni, periodista claramente opositor, ha considerado la posibilidad de que “Chávez, Morales, Cristina Kirchner se estén despertando del sueño dogmático que pudieron abandonar François Mitterrand, Michel Rocard, Felipe González, Tony Blair, Ricardo Lagos, Lula da Silva, José Mujica, Alan García o Dilma Rousseff”.  Verdadero o falso el planteo, la compañía no es mala. Según ese autor, tanto los socialdemócratas como los movimientos nacionales y populares latinoamericanos tendrían algunas características comunes y habrían pasado, o estarían pasando, por etapas de mayor o menor cercanía al Estado o al mercado. En este caso, el autoritarismo popular (nacional-popular o comunista) sería una etapa histórica necesaria para llegar luego a una versión de la socialdemocracia, adaptada, a ambos lados del océano, a las fuerzas económicas internacionales en perpetuo cambio, que deben ser canalizadas, pero que es imposible ignorar. Al fin y al cabo, no es absurdo pensar que también en la antigua Grecia los “demagogos” Clístenes y Pisístrato hayan sido necesarios para debilitar a la aristocracia y hacer posible un Pericles. No es que la socialdemocracia o los movimientos nacional-populares al estilo de los de Perón, Vargas o Haya de la Torre sean o hayan sido la misma cosa. Pero no dejan de tener ciertos aspectos en común, si se mira la parte del témpano de hielo que está debajo de la superficie del agua. En los populismos clásicos latinoamericanos, que prefiero llamar movimientos nacional-populares para no confundirlos con los mal llamados neopopulismos europeos, hay tres características:

1. Una elite anti statu quo, de nivel alto o medio, pero antagonizada o socialmente amenazada desde otros sectores de las clases dominantes, dispuesta a adoptar estrategias innovadoras para defender o consolidar su situación social tambaleante. En trabajos anteriores ya he usado este concepto de “elite anti statu quo”, que ahora prefiero especificar para aclarar su condición y evitar confusiones. Así, por ejemplo, la dirigencia comunista en países sólidamente democráticos está contra el statu quo, pero no se siente amenazada. En cambio, yo consideraría no sólo como antisistema, sino además socialmente amenazado, a un grupo de esa misma ideología en países donde está muy perseguido, como en la Rusia zarista o la China previa a la revolución de 1949. Lo mismo se aplica a los ayatolás en el Irán brutalmente secularizado de los tiempos del sha, a los tenentes brasileños de los años 20 o a los industriales argentinos amparados por el proteccionismo automático brindado por la guerra y temerosos del fin del conflicto internacional con la previsible inundación de productos importados.

2. Una masa que ha roto con su respeto hacia sus superiores jerárquicos, pero que aún no ha adquirido la experiencia de la organización autónoma. A este proceso lo he caracterizado como la ruptura con los “tres padres” (el paterfamilias, el sacerdote y el patrón), que lleva a buscar un cuarto padre, el “padre de los pobres”, cuando se siente el impacto de la modernización. Este proceso puede ocurrir típicamente con la migración del campo a la ciudad o a las grandes concentraciones de trabajadores en la minería o las plantaciones tropicales, y desde ya por un fuerte reclutamiento

3. Un vínculo carismático entre la elite dirigente y la masa movilizada, que aún no tiene suficiente experiencia de organización autónoma. La elite dirigente está en general simbolizada por un individuo que la conduce, pero de ninguna manera está reducida a éste. Las fuerzas sociales existentes en tal tipo de situaciones hacen que dentro de esa elite pueda emerger sólo un jefe, pero lo importante, sociológicamente, es el caldo de cultivo del cual éste emerge. Tras el proceso, se hace una historia (tanto oficial como opositora) que explica su emergencia como resultado de sus extraordinarias cualidades, pero bien podría haber sido otra persona la que cumpliera ese rol, con un poco más de virtù y de fortuna.    

 

*Embajador en Italia. Sociólogo. / Fragmento de su nuevo libro Coaliciones políticas (Editorial El Ateneo).