Para un hombre al que cierta corporación política, económica y sindical sigue sin considerar dentro de los cánones del “animal político” tradicional, algunos gestos recientes pueden llevar a pensar que Mauricio Macri algo en ese campo ha aprendido o sus asesores están más que afilados.
Los vientos del cambio comenzaron a percibirse como brisa, los ajustes gradualistas empezaron a impactar en varias capas de la población y un par de investigaciones periodísticas expusieron falta de transparencia y de verdad en algunos funcionarios (Díaz Gilligan se fue pero Luis Caputo no). Todo ello y algo más explica la caída incesante de la imagen presidencial desde el triunfo electoral de octubre.
Para apalancarse, ya no bastó la figura cada vez más fantasmal de la senadora y ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner, de escasísimas apariciones públicas desde su dura derrota bonaerense. Está más presente en audios hilarantes y de dudosa legalidad de su época dorada que en el juego grande al que dice aspirar el peronismo, que sigue embrollado en torno a qué hacer con ella.
Sin Cristina como revulsivo, el macrismo encontró en el gremialismo en general (de la mano de las detenciones del Caballo Suárez, Pata Medina, Balcedo, etc.) y en Moyano en particular una oportunidad. La misma que con CFK: mostrar que todos ellos son el pasado y el oficialismo es lo nuevo. El mismo libreto, pero con otros actores.
Esa hilacha la mostró el propio jefe de Gabinete, Marcos Peña, cuando expresó que en el palco del multitudinario acto del 21F “solo faltaba Cristina Kirchner”. Contribuyó, por cierto, a esa lógica la presencia del adelgazado hijo Máximo, que dio vueltas por las calles y sonreía para las selfies, dejando atrás con grandeza los rencores del paro general moyanista a su madre. Otros tiempos.
El cacique sindical también ayudó. Organizó la mayor protesta y sin incidentes contra el Gobierno, al que criticó pese a evitar personalizar los dardos en su (¿ex?) amigo Macri. Pero su discurso basado en sus problemas judiciales, graves, acaso ayude a deteriorar su ya alicaída imagen en la opinión pública.
De acuerdo a algunos números que manejan el Gobierno y encuestadores consultados en esta edición de PERFIL, la estrategia oficialista habría dado resultado para poner freno al tobogán de aceptación de Macri y, en teoría, hasta parece darle la posibilidad de recuperar algún punto de adhesión.
Fuentes gubernamentales reconocen que subirse a la ola del debate sobre la despenalización del aborto puede ir en el mismo sentido. Semejante intencionalidad, sin embargo, no debería servir de argumento para obturar una discusión necesaria en torno a un problema grave de salud pública, más allá de respetables creencias religiosas.