Me pregunto si Mauricio Macri tiene motivos de preocupación en lo atinente a su futuro de posible reelección presidencial. De manera por demás notoria, no pocos de sus votantes exhiben en la actualidad una inquietud muy subrayada, que están prácticamente estrenando, por asuntos tales como la inequidad social, el aumento de la pobreza, la entereza del sistema de salud, el sustento de la educación en el país.
Las políticas llevadas a cabo a lo largo de la presidencia de Macri fueron tan dañinas, si es que no directamente ruinosas, o tan perjudiciales, si es que no directamente destructivas, en cada uno de estos decisivos aspectos, que bien cabría plantearse si acaso estos votantes suyos, que hoy despiertan a estas inquietudes como si salieran de un trance hipnótico, habrían de votarlo de nuevo. Todo llevaría a suponer que no.
También es posible pensar, sin embargo, que no hay en esto motivo alguno de preocupación para Macri. Que no existe ninguna verdadera apertura a la sensibilidad social, que no se ha producido en realidad ningún viraje ideológico. Que se trata solamente del juego posicional en la estructura por demás sencilla de ser gobierno o ser oposición, con la tara binaria de siempre. Y que tocando ese lugar, el de la oposición, les toca declamar estos desvelos que declaman. Pero que, en caso de verse devueltos en el lugar de un oficialismo, se restablecerían al instante los reflejos acendrados del egoísmo y del desprecio, los hábitos de una indolencia cruel, la consabida y helada prescindencia, la usual vocación de frivolidad.
De ser cierta la segunda hipótesis, estos votantes de Mauricio Macri procederían, llegado el caso, a desprenderse de impostaciones y a reincidir en su proceder en la oscuridad de las urnas, sin ningún remordimiento. De manera que él no tendría, en cuanto a esto, por qué estar hoy preocupado. De hecho, ahora que lo pienso, nada indica que lo esté.