En el aula magna de la UADE, su rector, Ricardo Orosco, convocó a Roberto Lavagna y a mí a exponer en el acto preinaugural del posgrado en Periodismo Económico. Dediqué mi tramo a la responsabilidad que en las recurrentes crisis tiene el analfabetismo económico por parte de los periodistas, que, siendo curadores del patrimonio informativo con el que los ciudadanos luego eligen, muchas veces somos tan demagogos como los políticos.
Lavagna expuso sobre economía para luego contestar preguntas.
Traté de que respondiera por qué volvemos a chocar en todas las décadas, pero un Lavagna más político que de costumbre –probablemente cuidadoso frente a la gravedad de la crisis que se avecina– trataba de desdramatizar comparaciones entre lo que resta de 2014 y 2015 con 2001 y 2002, o 1989 y 1990. Pero, más allá de sus obvias diferencias porque la historia nunca se repetiría exactamente, es evidente que la caída del producto bruto en 2014 será todavía peor que el -2% mencionado por Lavagna, y para 2015 sólo hay señales de empeoramiento.
Hubo una ventana, en la que le pregunté cuál fue la causa que hizo que se perdieran los superávits gemelos y las cuentas fiscales pasasen de 4% en 2005 a -4% ahora, consumiéndonos progresivamente un promedio del 1% del producto bruto por año, primero de superávit y luego de mayor déficit. Y allí Lavagna, después de algunas repreguntas, respondió que “los sindicatos creyeron que era la hora de repartir”.
Para sumarla como ilustración en esta columna, tomé una de las ochenta slides de la presentación de Lavagna, la del costo laboral unitario real en dólares (costos laborales por unidad producida) entre 1997 y 2013, donde se percibe con claridad cómo los cuatro años previos a las crisis de 2002 aumentó más del 50%, situación que se repite entre 2008 y 2013.
Desde esta columna critiqué a Moyano cuando siendo kirchnerista decía en 2008 que “un poco de inflación es buena”. Moyano siempre gana: cuando con su protesta genera costos laborales más allá de lo que la economía soporta en cada ciclo (la productividad), y luego, cuando protesta por las consecuencias de lo que él mismo contribuyó a generar.
Apenas una parte de la responsabilidad es de Moyano. También el gobierno kirchnerista cebó la economía más allá de sus posibilidades con los subsidios generalizados de servicios públicos y transporte, que fueron otra forma de crear un bienestar imposible de sostener en el tiempo porque la suma de ellos consume hoy el equivalente al 4% del producto bruto, lo mismo que teníamos de superávit en 2005. O promoviendo al gremialismo del PO y el PST para debilitar a Moyano cuando se pasó a la oposición, que ahora combate con Berni mientras sobreactúa tras el cierre de Donnelley, diciendo que a su izquierda sólo está la pared.
Hay un problema cultural, porque con modelos económicos tan contrapuestos como el promercado casi manchesteriano de los 90 y este pro-Estado actual (y en alguna medida, de los 80), siempre se llega a un colapso macroeconómico. Por el opuesto, lo mismo sucede en los países del Asia-Pacífico, donde tanto con regímenes de partido único como con democracias sus tasas de ahorro y su crecimiento siempre son altos.
El nuestro es un dilema multicausal que tendremos –todos juntos– que aprender a ir corrigiendo, porque en lugar de mejorar el nivel de vida de nuestra población terminamos siempre logrando lo opuesto. Y el periodismo tiene una gran tarea de alfabetización económica de la opinión pública. No pocas veces, criticando al populismo político se hace populismo mediático, o para hacer oposicionismo se critica todo de un sector y se disculpa todo del contrincante.
No hay una solución mágica: si mañana un nuevo gobierno lograra que lleguen inversiones gigantescas y gracias a Vaca Muerta nos convirtiéramos en una potencia petrolera, sin tener un mínimo respeto por el complejo proceso de generación de valor –que sólo la educación y el conocimiento pueden dar–, correríamos el riesgo de volver a empobrecernos. Ya mostramos que podemos “fumarnos” en una década lo cobrado por la privatización de nuestras principales empresas públicas, o en otra década el boom de la soja. Mañana podría ser el shale gas, o lo que fuera.
El poder está en nuestras mentes, lo que simplificadamente se podría llamar: cultura del trabajo.