Toda una fila de señoras se escandaliza. Cuesta creerlo, pero se ve que han venido a ver Pasolini confundidas por lo cultural de la propuesta. Es claro, Pasolini está integrado al ancho mundo de la cultura y acontece en un teatro oficial. Qué garantía. Pero las damas no deben tener idea de quién es, de quién fue, de qué hizo, de qué les está haciendo todavía.
El mago que convoca este milagro venenoso es Matías Feldman, sostenido en un grupo de actores irresistibles. El ciclo Invocaciones propone revisitar la agenda de nombres claves del ya moderno teatro del siglo pasado (Jarry, Brecht, Artaud) y hacer con ellos una jeringa que inyecte sus ponzoñas en tiempos posmodernos. Pasolini supo preanunciar con aterradora precisión en qué se transformaría el mundo tras la crudelísima guerra. Su desprecio por el “hombre medio”, los valores de la burguesía o los medios masivos es ya un clásico cliché que bien podría haberse empaquetado en algún estante inofensivo de esa cultura que las señoras esperan ver florecer en sus teatros. Y sin embargo, en tiempos neoliberales, la bomba vuelve a explotar: Pasolini, el católico marxista, siente un asco interminable, sus imágenes no conocen
de piedad, su poder está intacto. Una de las damas amenaza con irse todo el tiempo, literalmente se tapa los ojos y murmura a sus amigas la más pura verdad: “No lo soporto”. Veo la obra con un ojo en mis propios valores y el otro en los de mi pobre contemporánea zarandeada. Mi conciencia se divide; puedo entender lo que le pasa pero me río de su sufrimiento de pacotilla, su moral pacata, su espanto hacia lo que es evidentemente verdadero.
Algunos griegos superpusieron lo verdadero con lo bello; la dupla Feldman-Pasolini es peligrosa porque alude a lo verdadero y lo presenta como infierno. En ese abismo de lo horroroso-verdadero late un chiste inacabable, una celebración de teatralidad pura. Y las damas exorcizadas son parte fundamental del espectáculo. Que paguen doble por la lección.