El Diccionario de Oxford eligió, como palabra del año, posverdad, pero la verdadera vedete es el prefijo “pos”, porque vivimos en la era posmoderna cuyo modelo de producción es posindustrial y, como cambió la velocidad del cambio casi todo se encuentra en etapa pos. A nivel mundial en política se habla de posdemocracia (ver la síntesis del libro homónimo de Colin Crouch en e.perfil.com/post-democracy o su traducción automática bit.ly/posdemocracia), y en Argentina se habla de posperonismo.
En estas elecciones, el verdadero gran protagonista no es Macri, Vidal o Cristina Kirchner, sino si el peronismo podrá rearmarse para ser el futuro compañero de baile de Cambiemos o tendrá que surgir otra cosa para que el sistema político argentino alcance una nueva forma de homeostasis. Quien sea su competidor también cambiará a Cambiemos porque hasta ahora le ha sido fácil construir su identidad contra el kirchnerismo. Pasa lo mismo en Europa, donde viene resultando más fácil construir identidades políticas contra alguien: la inmigración o cualquier “otro”. En esta era posindustrial, donde la clase obrera ya no constituye un sujeto social mayoritario, les es muy difícil a los partidos políticos encontrar elementos aglutinantes que construyan una identidad.
Lo que le está pasando al peronismo con la decadencia del poder de los sindicatos, su gran bastión durante setenta años, le pasó al Partido Laborista en Inglaterra, que tuvo que reinventarse para volver a ser muy exitoso –el New Labour– con Tony Blair y Gordon Brown, modificando la cláusula IV de la plataforma partidaria, que seguía igual desde 1945, aceptando que se carecía de alternativas viables al capitalismo. Todos los partidos socialdemócratas o socialistas europeos tuvieron el mismo problema: sus votantes obreros dejaron de ser suficientes para garantizar un triunfo electoral y surgieron nuevos partidos y nuevas alianzas con un corrimiento generalizado pro mercado.
En Sudamérica, probablemente porque aún no se había producido el Estado de bienestar que en los países desarrollados se formó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y por el vertiginoso aumento del precio de las materias primas, Chávez, Lula y Kirchner sacaron a la región de la tendencia mundial pro mercado.
Ya a mediados de los 90 el libro de Geoff Mulgan Politics in an Antipolitical Age anticipaba mucho de lo que hoy sorprende en Argentina sobre los consejos de Duran Barba que hicieron posible a Macri presidente.
Paradójicamente, mientras se discute el fin o no del peronismo, el académico francés Alain Rouquié, que vino a la Argentina a presentar su último libro, El siglo de Perón, explica por qué cree que el peronismo es un género perenne de la política, en la larga entrevista publicada ayer (ver: e.perfil.com/el-siglo-de-peron). Y en esta edición, el reportaje largo está dedicado a Juan Manuel Urtubey, el gobernador peronista que mayor nivel de conocimiento nacional tiene y es hoy el más cantado precandidato presidencial del PJ para 2019. De Rouquié surge claramente el peronismo del pasado, del que Cristina Kirchner sigue siendo una gran referente. Mientras que Urtubey habla del peronismo del futuro. Pero Rouquié le hace una advertencia al “nuevo peronismo”, que es: “Si se acercan mucho a Macri, le dejarán lugar a Cristina Kirchner”.
Pero aun si la política argentina estuviera verdaderamente entrando en la definitiva era del posperonismo, tampoco habría que olvidar que pos algo implica que ese algo ha reducido su importancia por la aparición de otra cosa que, en cierto sentido, la supera, pero la influencia de ese algo continúa también presente haciéndose notar en el nuevo orden que hasta lo incluye en su nombre.
La insignificante cantidad de votos que obtiene Randazzo representando oficialmente al partido peronista en la provincia de Buenos Aires, históricamente su distrito más voluminoso, recuerda cuando Leopoldo Moreau, representando oficialmente a la Unión Cívica Radical, obtuvo sólo el 2,34% de los votos en la elección de 2003. El radicalismo tuvo que hacer un largo recorrido para terminar de integrarse a Cambiemos, siendo sólo parte pero de una alianza triunfadora. ¿Será de alguna forma parecida el destino del peronismo conformando otra alianza con todo lo que queda fuera de Cambiemos y del kirchnerismo? Mientras Macri y Cristina Kirchner continúen vigentes, su dilema es identitario, el mismo problema comparten con su “hermano”, el Frente Renovador de Sergio Massa.
La tesis del libro de Colin Crouch Posdemocracia se resume en que no alcanza con que haya elecciones libres y división de poderes para que un sistema sea democrático sino que también tiene que mejorar la calidad de vida de la población y, desde la caída del Muro de Berlín, en los países desarrollados cae el nivel de vida de sus ciudadanos.
Si Macri logra hacer sustentables mejoras económicas para la mayoría de la población, quizás el peronismo tenga que esperar hasta 2023 o más. El Partido Laborista inglés tuvo que esperar desde 1974 hasta 1997 para volver a ganar elecciones. Y en México, el PRI tuvo que aguantar 12 años, de 2000 a 2012, para volver a ganar una elección presidencial. Pero tanto el Laborismo como el PRI siguieron siendo el principal partido de oposición.