Para los europeos ya es un tópico, pero no por eso deja de ser cierto: durante los últimos años, cuando el aumento del precio de los alquileres y el costo de vida comenzó a expulsar a jóvenes, artistas e intelectuales de ciudades como Londres, París o Barcelona, la mayoría de ellos se instaló en Berlín (sobre todo en la zona del Este), que desde 1989 vivía un profundo proceso de reconversión, luego del derribo del Muro que dividía a la ciudad y al país en dos. Había barrios enteros abandonados y edificios vacíos, que de a poco fueron ocupados y rehabilitados. Berlín se convirtió en el destino preferido de muchos, y en un proceso doble, eso le confirió al lugar su carácter único actual. Se trata de una ciudad extraña y atractiva, tal vez la más abierta y tolerante de Europa: gobernada por un alcalde gay adorado por sus habitantes, la prostitución es legal y los alquileres muy accesibles. Donde en Buenos Aires hay cafés y restaurantes, en Berlín hay centros culturales y galerías de arte. Terrenos de aspecto postnuclear se superponen con la arquitectura más vanguardista. Aquí están las residencias de los políticos más importantes de Alemania (a quienes se puede ver caminando por la calle) y las sedes de los poderes del gobierno nacional, incluido el Parlamento, desde cuya cúpula transparente los ciudadanos y los turistas pueden seguir las sesiones legislativas.
Aquí se ponen en juego, también, los usos más variados de la memoria histórica, lo que no deja de ser un referente posible para la Argentina: no hay lugar donde no se recuerden las heridas de la Segunda Guerra Mundial y las consecuencias de la Guerra Fría. Hay un museo judío, un museo del Holocausto, y se está construyendo un tercero, llamado “La Topografía del Terror”, donde estaban instaladas las oficinas del poder represivo del Tercer Reich. Hay un museo de historia alemana, uno para el arte islámico, una sede del Guggenheim y hasta un museo (no muy interesante, hay que decirlo) dedicado a Los Ramones. Por eso no resulta extraño encontrarse con exposiciones como la que el centro cultural C/O Berlín le dedica desde el 21 de febrero y hasta el 24 de mayo a la obra de Annie Leibovitz, tal vez la fotógrafa más importante de las últimas décadas. En A Photographer’s Life se reúnen los trabajos de Leibovitz que van de 1990 a 2005. Están sus retratos de las estrellas de Hollywood (Johnny Depp en la cama con Kate Moss, Demi Moore y el famoso desnudo de su segundo embarazo), del mundo del rock (Mick Jagger) y la literatura (William Burroughs). Están las fotos de las atrocidades en Ruanda y Sarajevo, y una imagen grupal de diciembre de 2001 en la que George Bush, Condoleezza Rice, Colin Powell, Dick Cheney y Donald Rumsfeld miran a cámara y sonríen.
Pero si hay una presencia que recorre toda la muestra, ésa es la figura de Susan Sontag, pareja de Leibovitz durante años. La fotógrafa retrata a la escritora en los viajes y en la privacidad de los cuartos de hotel; mientras trabaja en sus libros y desnuda en la bañera; la acompaña con su cámara al oncólogo y a las sesiones de quimioterapia, componiendo una cartografía íntima de amor y dolor que tiene un final tan anticipado como impactante: la última foto, del cuerpo muerto de Sontag, irreconocible por los efectos del cáncer.
*Desde Berlín.