EL DIARIO DE EVO. Morales con la tapa de Cambio, su nuevo medio. |
Un pequeño ejemplo de cómo funciona una usina de noticias oficial. El miércoles 21 de enero, el diario Crónica tituló: “Coincidencia de Cristina y de Obama”. El diario El Argentino: “Cristina y Obama con visiones coincidentes”. Y el diario Buenos Aires Económico: “Coincidencias entre Cristina y el flamante presidente de los EE.UU.”. Las coincidencias se dieron también entre estos diarios, el primero controlado por sindicalistas amigos del Gobierno y los otros dos por el Grupo Spolsky.
Con formas más primitivas, Evo Morales lanzó su propio diario, Cambio, reconociendo sin sutilezas que aparece para completar su aparato de difusión, gracias al aporte de dinero de Hugo Chávez. Sólo el año pasado, en Bolivia fueron agredidos más de 200 periodistas a quienes se calificó de “mentirosos”, “tergiversadores”, “vendidos”, “corruptos” o “enemigos”. Uno de ellos, Carlos Quispe, de Radio Municipal Pucaraní, fue asesinado.
Prácticas que son posibles en un país pueden encontrar freno en otros donde el grado de desarrollo cívico sea mayor. En Venezuela, Chávez no doblegó a una prensa con décadas de tradición independiente. En Cuba, Fidel Castro escribe en el diario Granma como lo hacía Stalin en el diario Pravda. La foto de Cristina Kirchner con Fidel, llevada a Venezuela por el mismísimo vicecanciller cubano, Alejandro González Galeano, para entregársela en mano a la Presidenta argentina, demuestra, además de la antigüedad del método, el estricto control que allí realizan sobre la información.
No sólo Cuba aprovechó la presencia de Cristina Kirchner en La Habana, en el mismo momento en que Obama asumía su presidencia, para desmentir la muerte de su líder y enviar un mensaje conciliador hacia EE.UU. También el Gobierno argentino aprovechó ese viaje para enviar un mensaje –en su caso, inverso– a los sectores de izquierda que lo apoyaban o todavía lo apoyan, y así contener la diáspora de dirigentes progresistas horrorizados por la alianza del kirchnerismo con Aldo Rico.
“¿Vieron que somos de izquierda?”, parecería querer decir la visita a Cuba. Objetivo que más se cumplía cuanto más se irritaban los sectores medios anti K, porque mientras EE.UU. parecía querer entrar en el futuro, la máxima autoridad argentina se empeñaba en permanecer en el pasado. “Como no podemos conquistar a los que nos desprecian –podrían haber razonado los estrategas oficiales–, por lo menos tratemos de recuperar a quienes simpatizaban con nosotros.”
¿Qué pasó con los sectores de izquierda que abandonaron el kirchnerismo durante las últimas semanas? El escritor y diputado Miguel Bonasso, quien representa el caso más emblemático por haber sido secretario de Prensa de Cámpora en 1973 (los jóvenes K se agrupan en una organización llamada La Cámpora), justificó su alejamiento del kirchnerismo porque “éste es un gobierno de centroderecha y conservador”. Paralelamente, Bonasso es también el argentino que más conoce y aprecia a Fidel Castro, de quien se considera amigo personal.
¿Cómo conciliar que los Kirchner sean de derecha y conservadores, con la distinción que Fidel Castro le otorgó a Cristina, gesto que no tuvo con mandatarios claramente de izquierda como Daniel Ortega, de Nicaragua, y –en otra proporción– con Rafael Correa, de Ecuador, quienes también visitaron la isla en las últimas semanas? Sólo no habría contradicción para aquellos que consideran a Castro un dictador más.
El propio Bonasso escribió, hace dos domingos, una contratapa en el diario Crítica, partiendo de la declaración de Sergio Massa cuando un periodista del diario La Nación le preguntó: “¿Este es un gobierno progresista?”. El jefe de Gabinete respondió: “Este gobierno es práctico”. Deduce entonces Bonasso que el Gobierno “no es progresista”, y agrega que “Kirchner eligió ser práctico y ponerse al frente de la liga de gobernadores e intendentes” que incluye “la incorporación estelar del Aldo Rico a las filas del oficialismo, que tuvo a los derechos humanos como nave insignia de la gestión” (probablemente Rico y Fidel Castro coincidan al pensar que el respeto por los derechos humanos no supera en importancia el cumplimiento de los objetivos políticos estratégicos, y también en ese aspecto ambos sean “prácticos”).
Para Miguel Bonasso, también es “práctico el blanqueo de capitales que premia a los evasores y a los que fugaron su dinero del país”, o “nombrar como secretario de Ambiente y Desarrollo a un abogado vinculado con los intendentes del Conurbano bonaerense”, o que el Consejo Federal de Medio Ambiente esté “presidido por otro ambientalista práctico, el ministro de Ambiente de la provincia de Salta, gobernada por otro ‘compañero’ del PJ, Juan Manuel Uturbey”, o “el veto de Cristina Kirchner a la ley de protección de los glaciares” impulsado por el también pejotista “gobernador de San Juan, José Luis Gioja, un sólido promotor de los intereses mineros transnacionales”.
Probablemente Massa, con su declaración, no haya querido oponer prácticos a progresistas, sino decir que pueden ser los mismos unos y otros. ¿No fueron prácticos, acaso, los sectores de izquierda que, sabiendo la historia de Néstor Kirchner y sus contradicciones ideológicas, en 2003 igual se subieron a la marea del 80% de popularidad del ex presidente para conseguir cargos y elecciones que sin él nunca hubieran alcanzado? ¿Podría haber resistido Fidel 50 años en el poder si no hubiera sido práctico?
En otra columna, en este caso publicada por el diario La Nación, el talentoso periodista y escritor Jorge Fernández Díaz, refiriéndose a la deserción de progresistas K, reprodujo un diálogo con un amigo suyo que militó en la Juventud del Partido Comunista: “Lo increíble no es que Néstor les haya dado tanta papilla en la boca. ¡Lo increíble es que la hayan comido con tanto gusto! Y ahora, de repente, se despiertan con indigestión, abandonan la cocina y denuncian, indignados, al cocinero. ¿Cuántas veces los van a echar de la Plaza?”. Y el columnista concluye: “La épica progresista montada como relato y coartada tiene límite y fecha de defunción”.
Quizá no habría que subestimar tanto la predisposición humana a creer lo que conviene.