Me llamó la atención, hace un tiempo, el empleo de la expresión “compro” o “no compro” para indicar que se aceptaba o no se aceptaba una determinada idea, que se adhería o no se adhería a una determinada causa, que quien hablaba encontraba convincente un argumento o no lo encontraba convincente. En lugar de decir “me parece bien” o “me parece mal”, “estoy de acuerdo” o “no estoy de acuerdo”, se dice en cambio así: “compro” o “no compro”.
La metáfora, como tal, es elocuente. Indica que algunos inscriben su subjetividad, no en la ideología (su visión del mundo), ni en la razón (lo que piensan, cómo piensan), sino en su condición de compradores: en la instancia de adquirir, de pagar, de consumir.
¿Será por aquello que decía Marx de que no hay relación social, en el capitalismo, que no esté mediada por el dinero? De ser así, ese tipo de frases, tan falaces, no dejan de expresar, sin embargo, algo cierto. Porque es cierto que, en determinadas circunstancias, y con determinada clase de personas, la verdad se expresa por medio del dinero. Su verdad, la más genuina, se expresa así: en lo que están dispuestos a pagar o no están dispuestos a pagar, en qué van a poner dinero y en qué no van a poner dinero.
¿Si puedo poner un ejemplo? Puedo. Si alguien declara “más educación”, pero baja el presupuesto educativo, es en lo segundo, más allá de lo primero, donde expresa su verdad. Y es entonces cuando advertimos que no es sino con la palabra “precio” que se forma la palabra “desprecio”.