Debido a que mañana el premier israelí, Benjamin Netanyahu, se encontrará en la Casa Blanca con el presidente Barack Obama, se imponía en su primera salida oficial al exterior un acto de calidez diplomática con su vecino Egipto: visitar a su presidente, Hosni Mubarak, en Sharm el-Sheikh, ciudad situada entre la franja costera del Mar Rojo y el Monte Sinaí, que Israel devolvió a Egipto en 1982 tras los acuerdos de Camp David. A metros de la playa, donde un gigantesco acuario de coral espontáneo alberga meros rojos con manchas azules, peces mariposa indefectiblemente felices y en pareja y peces león de aristocráticas aletas, ambos líderes recordaron en conferencia de prensa –durante la que no aceptaron preguntas– que la paz entre ambas naciones ya lleva 30 años y que es “una piedra angular de la estabilidad y la esperanza en la región”.
Netanyahu agregó que para poder vivir juntos deseaba sumar a los palestinos a esa paz, con un ojo “en la seguridad y en la prosperidad”. El domingo anterior a su viaje egipcio, luego de la reunión de gabinete, había declarado que Israel está obligado “a cambiar la situación económica de los palestinos que residen en Judea y Samaria”, añadiendo que su país deseaba afrontar proyectos económicos conjuntos con los palestinos y que si había deseos de acompañarlo, se irá “mucho más rápido de lo que la gente piensa”.
Mubarak –el Rais, el Capataz, el Señor, el Guía… el Faraón– aseguró que el premier le había dicho que su gobierno se había comprometido a llegar a la paz. “Egipto espera posiciones positivas que reflejen este compromiso y que realicen la paz, siguiendo la solución de dos Estados. La paz la hacen los fuertes, los que tuvieron el valor de tomar decisiones difíciles y que son capaces de aplicar sus compromisos”, advirtió. Sin sumergirse en las aguas borrascosas de la “solución de dos Estados”, Netanyahu agradeció con elegancia a su par egipcio por todos los esfuerzos que hacía en la batalla contra el extremismo y el terror, y agregó que los judíos deseaban mantener relaciones armónicas con el mundo musulmán, con los palestinos y con los árabes como un todo. “Todos vivimos en esta región y somos todos hijos de Abraham”, declaró. A puertas cerradas, seguramente habrán hablado de la política nuclear del régimen iraní, y de los movimientos de Hezbollah.
Ygal Palmor, vocero de la Cancillería israelí, confirmó que hay “mucha expectativa” por la reunión que Netanyahu mantendrá con Obama, y aclaró que los temas de mayor importancia serán la presentación de la política de gobierno, la amenaza iraní y las negociaciones de paz con los palestinos. Agenda estadounidense análoga a la egipcia; aliados al fin y al cabo. “Tenderle la mano a Irán no conllevará de ningún modo un cambio en las estrechas relaciones políticas y de seguridad que Estados Unidos mantiene con Egipto, Arabia Saudita y otros amigos de largo plazo en la región”, acaba de decir el secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates.
Netanyahu viajó rumbo a Sharm el-Sheikh –donde la noche del 22 al 23 de julio de 2005, en coincidencia con el Día Nacional de la Revolución de Egipto, una serie de atentados asesinó al menos a 90 personas e hirió a unas 150– luego de recibir en su país al Sumo Pontífice Benedicto XVI, quien no la tuvo fácil en su periplo por Tierra Santa. El diario Haaretz, de Tel Aviv, le reprochó no haber recordado la responsabilidad de los nazis en el exterminio de judíos frente al memorial en el museo del Holocausto Yad Vashem, máxime teniendo en cuenta su pasado en las juventudes hitlerianas y en la Wehrmacht, las fuerzas armadas del Tercer Reich. El oportuno regreso del anfitrión Netanyahu le permitió solicitarle el 14 de mayo en Nazareth que, “como figura moral”, censurara los llamamientos de Irán a la desaparición del Estado judío. Aceptó haber quedado satisfecho con la respuesta papal. “Me dijo que condena toda forma de antisemitismo y odio contra el Estado de Israel; contra la humanidad en su conjunto, pero en este caso contra Israel”, relató.
Según algunos analistas, el repliegue de las Fuerzas Interinas de Naciones Unidas que monitorean el sur de la República Libanesa, sumado al incremento de los sobrevuelos israelíes en el país, podría indicar un recrudecimiento inminente de los embates contra Hezbollah. Recientemente, una célula de Hezbollah fue capturada en Egipto. Docenas de sospechosos fueron arrestados al cabo de una misión en la que participaron distintos servicios de inteligencia extranjeros, incluidos la CIA, el MI6 británico, el ND alemán y el Mossad. Las autoridades egipcias los acusaron de planear ataques terroristas contra las áreas frecuentadas por turistas del exterior y de identificar objetivos en el Canal de Suez. De acuerdo con el escritor y periodista Philippe Vasset, luego de que hace un año fuera asesinado en Damasco el jefe de inteligencia de Hezbollah, Imad Mughniyeh, la organización islamista estableció una coordinación con el general Faisal Bagherzadeh, a cargo de la misión de la Guardia Revolucionaria Iraní en Líbano. Irán añade a las preocupaciones que suscita su programa nuclear su rol eventual en el terrorismo internacional. Mucho ruido pero muchas nueces. El jefe de inteligencia egipcio, Omar Suleiman, es un habitué de Israel, donde tiene todas las puertas abiertas, sin excluir la de la oficina de Netanyahu. La venganza por la muerte de Imad Mughniyeh pende, como la espada de Dionisio el Viejo sobre la cabeza de Damocles, sobre objetivos israelíes tan impensados como en Baku (Azerbaiján). El London Times reportó un intento de atentado allí hace algunas semanas.
Viajes fulminantes, presencias instantáneas, idas y venidas, se explican porque el contacto personal no ha podido ser suplido por ningún ingenio en el campo de la diplomacia, y porque el mundo ya no es ancho y ajeno sino estrecho y compartido. Y porque el peso de “pasadas ofensas”, como dijo el Papa cuando ofició una misa al aire libre en Jerusalén, sigue amenazando la paz. Al fin y al cabo, somos todos hijos de Abraham.