Yel tiempo invierte su curso, /El hoy fluye hacia el ayer / Como un río sin salida, /Cada uno de nosotros ha sido esclavo en Egipto, /Ha empapado la paja y la arcilla con sudor / Y cruzado el mar con pies secos./ Tu también extranjero./ Este año en temor y vergüenza / El año que viene en virtud y justicia.Este esperanzador poema que evoca la Pascua Judía es de Primo Levi, un sobreviviente de Auschwitz.
Gracias a la luna llena del mes de abril otra vez hay una coincidencia entre la Semana Santa y la festividad judía del Pésaj (siempre cae en primavera en el hemisferio norte). La Pascua hebrea es la más antigua celebración religiosa en el mundo occidental. Se celebró por primera vez hace apenas unos 3.200 años en el propio Egipto, Mitzraim en hebreo. Y si reparamos en el origen de esta palabra, observamos que Mitzraim tiene relación con la raíz tzar, “angosto”, “ajustado”, “estrecho”; tal era la percepción de la vida hebrea en el país del río Nilo. La libertad implica lo contrario: el liberarse, el ampliarse y abarcar todo el espacio.
Nos preguntamos en esta nota si sigue teniendo vigencia luego de varios milenios. Y nos contestamos inmediatamente que el Pésaj nos muestra con enorme fuerza la síntesis de la libertad, el amor familiar, la primavera y la reunión de la familia junto a la mesa hogareña. Trataremos de analizar cada uno de estos puntos.
Pésaj representa los valores permanentes que son inherentes a toda época y lugar; así, la libertad humana (del individuo y del pueblo), la igualdad del nacido en el país con el nacido en el extranjero (Ex. XII-40), la liberación de los oprimidos, el interés por el sufrimiento humano, la no discriminación. Y con estos valores que, parafraseando a Jorge Luis Borges, se podría decir: “ ... los más antiguos son los más nuevos ... “, la celebración del Pésaj implica un llamado de esperanza no sólo a Israel, sino a la humanidad toda. Es una eterna convocatoria que afirma que la libertad es posible y que su búsqueda dignifica a hombres y pueblos.
Es en torno de la mesa hogareña en la celebración del Pésaj que en el comienzo dice el padre a su hijo, respecto de la matzá: “Este es el pan de la aflicción que comieron nuestros padres en Egipto”. Y pregunta el niño: “¿Por qué esta noche es distinta de las demás?”, “¿por qué esta noche no comemos pan, sino sólo matzá (de la esclavitud)?”. Responde su padre: “Porque siervos fuimos del faraón en Egipto y el Señor nos sacó de allí con mano firme y brazo extendido”. Otros pueblos se decían descendientes de dioses o héroes mitológicos. Los judíos nos consideramos descendientes de esclavos. ¡Toda una lección de ética!
En un tiempo como el actual, signado por la presencia del nuevo tipo humano en la opulenta sociedad occidental, al que el pensador Enrique Rojas “el hombre light”, al que caracteriza por “deslizarse en la rampa tejada por el hedonismo, el consumismo, la permisividad y el relativismo” que lo lleva a una “experiencia de singular vacío”, a ese hombre que duda y se embandera en el excesivo individualismo o aun en el pragmatismo, las grandes religiones monoteístas –y el judaísmo como una de ellas– tienen mucho que enseñarle, comenzando por el apego a valores inmutables como el amor familiar, la solidaridad por el prójimo y la convivencia.
El mundo actual nos ha vuelto esclavos de la moda, del reloj, del celular, de la computadora, del consumismo, de los fetiches de turno. En el siglo XXI se siguen profundizando las diferencias entre los países ricos y pobres. Un sexto de la humanidad pasa hambre todos los días mientras una minoría derrocha comestibles y recursos.
Justamente, para evitar la desaparición de los valores humanos, es que el Pésaj mantiene hoy su milenaria vigencia.
*Presidente del Cidicsef.