Cuando Macri comenzó su carrera política, hace diez años, tenía 70% de imagen negativa. El propio Macri, en su libro autobiográfico sobre su presidencia de Boca –Pasión y gestión–, lo explica así: “Cuando yo adoptaba una posición terminante, la respuesta llegaba en forma de agresión. Una agresión excesiva, a veces desmesurada en relación con el planteo. Era como si estuvieran esperando media palabra mía para saltarme encima y argumentar en mi contra. Creo que me pasaban algún tipo de factura, pero no sobre el tema que se hablaba sino por los prejuicios acerca de mi origen”.
En otra parte del libro (que tiene un capítulo profético titulado “Negociar como un cartonero”) cuenta sus primeros contactos con el periodismo siendo presidente de Boca, cuando le dijeron: “Usted está en Boca, Macri. En el club más popular del país. Pero no puede dejar de ser quien es. Tiene una posición social y económica que no es precisamente la de un dirigente de fútbol promedio. Es ingeniero, se educó en los mejores colegios, está en la punta de la pirámide social, ¡y se llama Macri! Es el hijo de uno de los hombres más ricos del país”.
Quien tenía claro ese prejuicio era Néstor Kirchner y por eso repetía: “Mauricio es Macri”, cuando compitió por primera vez para ser jefe de Gobierno de la Ciudad. El trabajo de Macri fue sacarse el empresario de encima y las asociaciones que una sociedad como la argentina tiene con el capitalismo. Se podría decir que recorrió el camino inverso a De la Rúa, quien logró durante un tiempo parecer una persona fuerte y muy preparada; en cambio Macri –no pocas veces– se hace el ingenuo para suavizar el rechazo que produciría mostrarse fuerte.
Pudo llegar a presidente también en parte gracias a que Cristina Kirchner lo subestimó (y también la mayoría de nosotros, los periodistas). En el reportaje por sus primeros cien días de PERFIL de hoy, Macri lo reconoce: “Que te subestimen está bueno porque no te ven venir”.
Aunque no quiere hacerse cargo de “hacerse el boludo” como estrategia inteligente, algo de él juega con el tema (como ya jugó con el perro Balcarce o el baile) yendo al estreno de la película Me casé con un boludo, que dio pie para que en las redes sociales se viralizara principalmente entre los K la imagen del póster oficial de la película pero con las caras cambiadas: la de Juliana Awada por la de Valeria Bertuccelli y la de Macri en reemplazo de la de Adrián Suar.
También parte del mito de ser “el Chirolita de Duran Barba” (por el ventrílocuo Mr. Chasman), si no estuvo alentado por el propio Macri, por lo menos le resultó funcional a que se le tuviera menos miedo y, llegado el caso, se pudiera depositar el mal en otro.
Pero los razonamientos simples guiados por un puñado de ideas básicas de Macri junto a cierto cholulismo por el espectáculo, que lo hacen lucir como primitivo y frívolo, podrían ser sólo una forma de sobreadaptación, para lograr ser popular, de un ingeniero a quien aún el mayor grupo de empresas del país (las de entonces de su padre) le quedaba chico porque tenía aspiraciones mayores.
El dicho “dime de qué alardeas y te diré de qué careces” bien podría aplicarse a Macri en términos patrimoniales porque vivió los últimos años en dos pisos normales de Barrio Norte, bastante por debajo de lo que podría pagarse, se desplazaba en autos nacionales e hizo esfuerzos por no mostrar riqueza.
El reportaje que publica hoy PERFIL es el cuarto que le realizó desde que comenzó su carrera política. Mientras lo estaba haciendo me preguntaba a mí mismo cuánto influía en mi visión actual el hecho de que él sea presidente, porque lo vi más consistente y articulado que nunca.
Los que se dedican a la televisión saben que un secreto de la popularidad reside en la repetición, que la cantidad de horas y horas de exposición a lo largo de los años hace familiar casi a cualquiera. Y que Macri le vaya cayendo mejor a gente que antes lo miraba con distancia puede obedecer también a que ya pagó el derecho de piso de la permanencia. Que como toda virtud en exceso también se convierte en defecto cuando, en el ocaso de su carrera, el personaje entra en desgracia a veces por simple aburrimiento.
Hay algo de la investidura del cargo que también irradia un aura que influye sobre la imagen de la persona. No es Bergoglio el mismo que Francisco. Como tampoco fueron vistos igual Alfonsín, Menem, Kirchner y hasta su esposa antes de ser presidentes que al comienzo de serlo. Esa aura, además de influir sobre la mirada de los terceros, debe influir también sobre el sano empoderamiento de quien asume un cargo tan importante (nuevamente, De la Rúa es la excepción) porque la imagen de sí mismo también se construye con lo que devuelve la imagen de los demás.
"Hacerse el boludo” podría ser también la única forma de conducir esta etapa de la Argentina, como esos médicos que disimulan los dolores del posoperatorio para que el paciente tenga menos miedo. En palabras del Club Político: “¿Por qué, entonces, pinchar el globo, desinflar la ilusión de tantos argentinos, de que el simple cambio de elencos, de por sí, permitiría resolver los problemas potenciales sin sobresaltos y conllevaría a poco de andar una mejora perceptible y sostenida de sus condiciones de vida?”.
En el reportaje Macri elogió a Perón, dice que ve a Urtubey como un dirigente mejor preparado que Massa y hace una recomendación: “Andá a ver Me casé con un boludo, te digo que es bastante divertida. A mí me gusta mucho reírme, debo confesar. Hace bien”.