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penales

Problema intacto

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Cuando se supo que el matador de Mariano Ferreyra, parte de la patota sindical del ferroviario José Pedraza, era un barrabrava del club Defensa y Justicia, el mundo del fútbol no se consternó, no se llamó a la reflexión, no se agarró la cabeza, no dijo “esto no da para más”.

Cuando hace apenas unas semanas, en un partido de Copa Libertadores disputado en el exterior, algunos hinchas argentinos, de los llamados hinchas comunes, sufrieron una feroz emboscada perpetrada por hinchas rivales y, según sus propios dichos, se salvaron gracias a la intervención de la barra brava del club pues la policía local evidentemente había liberado la zona para propiciar el ataque, la noticia se publicó en algún pequeño recuadro de los periódicos y, al menos que yo sepa, mayormente no se comentó ni mucho menos se analizó.

Cuando hace ya casi cuatro años, un pelotón de barrabravas se metió nada menos que en el vestuario del árbitro en el entretiempo de un partido de fútbol y lo amenazó con matarlo si en el complemento no les concedía un penal, el partido siguió como si tal cosa, el penal fue concedido, y aunque luego el árbitro formuló su denuncia y las cámaras de seguridad probaron los hechos, al final no pasó nada, no hubo indignación ni hubo sanciones ni tampoco maratones de interpretaciones psicosociológicas en los medios de comunicación.

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Son apenas tres ejemplos, nada más, hay sin dudas muchos otros. Hoy vienen a cuento para interceptar un poco la profusión aluvional de tópicos biempensantes acerca de la violencia en el futbol: que pasaron los viejos buenos tiempos en los que el público en las tribunas entonaba estribillos inocentes, no había mofas hirientes, no había agresividad; los hinchas confraternizaban, el deporte edificaba el alma, las familias concurrían felices a los estadios (¿qué les pasa con la familia? ¿Acaso no leyeron todavía la última novela de Gustavo Ferreyra?).

Todo el mundo se conforma intercambiando frases así. Y el problema, como siempre, queda intacto. Porque los barras no existen ni imperan porque faltan suspensión de partidos, quita de puntos, ambiente familiar en las canchas, comportamiento galante de parte de los hinchas comunes, etc. Existen e imperan porque tienen su razón de ser, porque cumplen una función, porque encuentran su utilidad y a veces hasta su necesidad.

Como eso sigue igual, entonces todo sigue igual. ¿Quién querría suprimir sin más aquello que todavía hace falta? Cómo lograr que no haga más falta: es lo que queda por dirimir.