Acaso resulte difícil, o poco funcional a determinadas metodologías de análisis, comprender que no todo se trata de un chroma con un guión predeterminado. Suponer que siempre existe una puesta en escena implicaría creer, como en las clásicas películas de suspenso, que el espectador tiene un acceso limitado por su propia condición de espectador. Como esa cámara de Hitchcock fija en el departamento de James Stewart en La ventana indiscreta. Una cámara que nos hace creer que vemos lo mismo que Stewart, que compartimos su condición de espía de vidas ajenas. Si como él, solo nos detenemos a observar ese vecindario, podemos hasta sentir que nos hicimos de un pequeño poder: ver sin ser vistos. Analizar desde afuera, esa triste condición del espectador.
No es sino hasta que Grace Kelly entra al departamento del vecino y está a punto de ser descubierta que entendemos nuestra limitación como espectadores, la imposibilidad de intervenir, de actuar. Es ésa, precisamente, la materialización de la puesta en escena de Hitchcock: el espectador atrapado, amurado a su butaca, inmóvil.
Resulta complejo a intereses que me asusta imaginar, que no todo se trata de un guión predeterminado con mensajes “targeteados” para propagar la lógica siniestra de la meritocracia, el desprecio, la comercialización y la reducción al sacrificio, entre otros aspectos aciagos de los últimos años. Esa visión de la pasteurización cultural, de lo homogéneo. ¡Ah, lo homogéneo! El sueño de la razón conservadora: prolijo, limpio, ordenado, blanco. Eso sí es lo bueno.
Y fue precisamente persiguiendo ese objetivo, que desde el gobierno de Mauricio Macri, diseñaron estrategias para mantener a la sociedad quietita en la butaca mientras algunos jugaban a protagonizar esa película homogenizante que pretendía hacernos creer que veíamos lo mismo que ellos porque eso es lo que está bien, “lo que hay que hacer”. Ese objetivo: miren sin participar, desde afuera… bueno… a ver… pasen un poquito… listo… ya está… hasta ahí nomás, es lo que permite la lógica del control de las ilusiones colectivas.
Sin embargo, como cantará siempre Leonard Cohen, “Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz.” Entonces, esa sociedad que suponían prolija y quieta, salta una vez más el cerco, rompe el techo y vuelve a tomar su rol fundamental: participar desde todos los espacios que la conforman. No hay cámaras ni guiones ni segmentación que puedan reemplazar la participación concreta.
Es ese el espacio de la cultura, que se define por la constante tensión entre sus universos de significados, significantes y símbolos, que constituye un hecho social abarcativo, transversal, integral e integrador. Un puente para los contenidos simbólicos, para la interrelación de conceptos, para las convicciones y para las complejidades del tejido social en su conjunto. Reconstruir este país también incluirá embarcarse en una gestión que promueva el acceso a la multiplicidad y diversidad de las manifestaciones culturales que lo integran y que impulse la búsqueda de la identidad abriéndose a la diversidad y la universalidad. Estos son procesos autónomos y dinámicos que establecen una revisión permanente de políticas públicas que promuevan y fortalezcan la diversidad como espacio capaz de construir futuro.
Repito: autónomo y dinámico. Insistir en señalar a los que no piensan como ellos, a los que buscamos otra forma de construcción y no de manipulación de la realidad, como los que están “detrás de” resulta por lo menos mediocre, malintencionado y por sobre todas las cosas, menosprecia la participación auténtica de los argentinos y argentinas en sus propios procesos político-culturales.
Y a pesar de que esto representa un revés para la razón conservadora que se nutre de destruir ilusiones, reafirmo: no hay puesta en escena que valga frente a la participación colectiva. No creo en los escenarios de lo real, porque es imposible producir lo real. No insistan.
*Productor.