En una de sus conferencias, Ortega y Gasset lanzó su célebre llamado de “¡Argentinos, a las cosas!”. Allí nos advertía que, en la medida en que no dejáramos atrás “cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos”, no alcanzaríamos a romper la parálisis de nuestras “potencias espirituales”. Según él, eran todas estas trabas las que nos impedían liberar nuestras energías y desplegarlas en su plenitud creadora.
Francamente, ignoro si alguna vez Mauricio Macri (o sus asesores) se nutrió del filósofo español para instarnos a abandonar el conformismo de lo ya conocido y aventurarnos en una práctica política aparentemente nueva, donde la concertación se imponga sobre la discordia. Pero no ignoro que el mundillo de lo que habitualmente se conoce como “intelectuales” no sólo padece, en gran parte, de enfermedad ideológica, sino de ceguera. Un buen número de estos intelectuales adhirieron al período iniciado por Kirchner del modo en que alguien recupera la juventud perdida y reencuentra su “destino revolucionario”.
Esta mezcla de ideología, falso saber, mentiras sistemáticas (desde el Indec hasta la afirmación de que la juventud se había vuelto a interesar en política gracias al revival setentista), utilización obscena de los derechos humanos, con pinceladas de Laclau, revolución permanente junto a negocios del “relato”, trajo como consecuencia que fuera un estigma ser un intelectual y apoyar a Cambiemos, como si esta asociación constituyera por sí sola un oxímoron. Basta como triste ejemplo la expresión de un infatuado actorcillo comparando a Macri con Hitler, “el político más importante de la Europa de hoy”, al decir de Churchill en 1936.
Recuerdo que en la ciudad de México, mi entrañable amigo Negro Tula, viéndome entrar, en 1983, a una reunión de peronistas, me grita: “¿Cómo se puede escribir un libro sobre Malcolm Lowry y ser peronista?”. Bueno, con el proceso abierto por los Kirchner se produjo una reconciliación entre intelectuales variopintos y el peronismo kirchnerista. Por otra parte, ¿cómo olvidar que Perón continúa siendo, desde Sarmiento, salvando las enormes distancias de escritura, el presidente que más libros escribió, de los cuales muchos de sus pretendidos herederos no han leído ni una sola línea?
Uno de los intelectuales más sólidos del siglo XX fue Raymond Aron, cofundador con Sartre de Les Temps Modernes, denostado durante décadas porque se había pasado a la “derecha”, como me lo hizo saber un compañero que a mis 18 años me desaconsejó leer a un autor que era un enemigo.
Distanciados durante treinta años, en 1979, se los vio a Aron y a Sartre solicitando juntos ayuda humanitaria para Vietnam. Una vez más, por su propio peso, la realidad se imponía ante las ideologías.
La propaganda pseudointelectual ha convencido a muchos jóvenes y a mucha gente en general de que la “derecha” es incapaz de pensar. Además de que los conceptos de derecha y de izquierda son insuficientes para comprender la dinámica y las densas redes de la sociedad actual, forzoso es reconocer que la reactivación de los barrios del sur de la Ciudad fue emprendida por la gestión macrista. El traslado de la sede de gobierno a Parque Patricios tiene un alto valor simbólico. ¿Una decisión de este orden puede ser calificada de derecha? Obviamente, tampoco de izquierda.
Un intelectual de la talla de Santiago Kovadloff, junto a otros, efectuó un llamado a votar por Macri sin los complejos del falso progresismo. Muchos otros también lo hicieron sin proclamarlo. Esperemos que los puentes entre un sector y otro no demoren las décadas que significó este desentendimiento en relación con el peronismo. La propuesta de Pobreza Cero, como política de Estado, podría ayudar, en el caso que este espacio político conquiste la presidencia del país, a generar las suficientes energías como para concretar por fin el llamamiento de Ortega.
*Escritor y ensayista.