Lo bueno del arte conceptual es que basta con imaginarlo. No hace falta hacerlo. Imagino intervenir las mesas de un bar. Cada mesa tendría un tabique en medio, separando a los dos comensales. Cada tabique sería distinto, por ejemplo: un blindex estilo visita de prisión, con intercomunicador telefónico; un blindex, estilo caja de un banco, con abertura abajo y bandejita metálica para pasar monedas y plata; un entramado de rattán y madera, estilo confesionario; el fragmento superior de una puerta con dos timbres de cada lado y mirilla de ojo de pescado; otra puerta pero de hierro con mirilla de pasador cerrable, como puerta de celda de máxima seguridad; una pared y dos porteros eléctricos con visor; un acrílico trasparente y abertura con dos guantes de goma fijos, estilo incubadora de laboratorio; un vidrio de boletería de subte, con micrófono de ambos lados; un blindex estilo garita de seguridad, con agujero abajo para apuntar la ametralladora, etc.
Las posibilidades son infinitas. El texto del curador hablaría de las metáforas de las distintas formas de comunicación (o más bien incomunicación) entre la gente, metáforas de la separación y la alienación, de la distancia que existe entre los seres humanos. Una manera de decir que equivocadamente creemos estar hablando uno frente al otro, pero en realidad muchas cosas nos separan. Los visitantes podrían sentarse y probar las mesas. Cada mesa quizá provocaría distintas maneras de hablar, de comunicarse, de relacionarse. Las parejas verían la dinámica de su relación resumida en alguna de las mesas. El bar debería funcionar realmente, con un mozo que sirve cafés. Quizá una mesa debería estar normal, sin nada en medio.