Si por alguna loca razón tuviera yo que trabajar como editor (¡Dios no lo permita!), lo primero que haría sería reeditar una serie de libros buenísimos que, increíblemente, no se encuentran en las librerías. Creo que algunos de ellos no se reimprimen por razones legales –peleas entre los herederos del escritor muerto y esas cosas–, otros por mala suerte, alguno más tal vez por desidia editorial, y otros ya no sabría decir por qué.
El primero sería Borges, de Bioy Casares. Sobre esos diarios se ha escrito mucho (pero no lo suficiente: falta un gran libro de Luis Chitarroni sobre el tema). Por lo tanto, diré sólo dos o tres cosas. La primera es que su Borges cambió mi opinión sobre Bioy Casares: de ser autor de novelas más bien irrelevantes, pasó a tener en su haber una obra maestra. Segundo, que mi personaje favorito, entre las decenas de personas sobre las que conversan Bioy y Borges, es la Señora Bibiloni Webster de Bullrich (En Subrayados, María Moreno escribió unas líneas magistrales sobre el rol que juega en los diarios de Bioy y me consta que el propio Chitarroni es también un gran admirador). Tercero, que la edición resumida de semibolsillo que sacó Planeta (también hoy agotada: se encuentra en Mercado Libre a $ 900) es horrible, el criterio de edición es incompresible, y la idea misma de hacer una edición resumida es espantosa. Por lo tanto, más se impone la idea de una reedición de la edición integral de Borges y, por supuesto, del resto de los diarios de Bioy, ya que con los inéditos se podrían hacer tomos enteros sobre Silvina, Victoria, sus amantes, etc., etc., etc.
Reeditaría también Breve historia de la literatura argentina, de Martín Prieto (Taurus, 2006). Recuerdo pocos textos que conjuguen ese nivel de erudición profesional con una mirada tan personal sobre el asunto. Quizá cuando se acerca a la contemporaneidad, yo me alejo un poco (demasiado Saer y poco Fogwill y Libertella), pero la narración que organiza Prieto desde el comienzo de la literatura argentina hasta los años 60 del siglo XX es magnífica. Es, junto con el Diccionario de autores latinoamericanos de Aira, el más grande libro de crítica literaria panorámica escrito en décadas.
Lanzaría además una nueva edición de El exilio es nuestro, de Carlos A. Brocato (Sudamericana-Planeta, 1986). Durante la “década ganada” se editaron tantos, tantos, tantos, tantos, tantos, tantos, tantos y tantos libros sobre los 70, el canal Encuentro emitió tantos, tantos, tantos, tantos, tantos y tantos programas sobre los 70, que la no reedición del libro de Brocato vuelve a colocarlo en un lugar de singularidad, quizá sólo comparable –aunque desde perspectivas diferentes, incluso antagónicas– con los artículos de Héctor Schmucler publicados en Controversia, con el mérito de que los de Schmucler fueron escritos no después del 83, sino ahí mismo, en el exilio mexicano, in situ. Además, Schmucler tiene una hondura, una capacidad para pensar en contra de sí mismo, de repensar la noción misma de derechos humanos desde un lugar, casi, perturbador, y de extraer las consecuencias ético-políticas de la derrota, que lo ubica en una posición tan necesaria como inclasificable. En Brocato no hay tanto, pero sí hay toda la verdad que poseen el resentimiento y la ironía. El suyo sigue siendo un libro profundamente a contracorriente.