El año 2009 es un punto de inflexión del modelo económico. Porque por primera vez el Gobierno nacional tendrá déficit fiscal: va a gastar más de lo que recauda. Esto no es novedoso para las provincias que ya están en déficit desde el año pasado. El fisco pasó entonces de ser ancla del modelo por superávits a una mochila más a cargar hasta 2011.
Bien medido, el Gobierno registrará este año un déficit primario del orden de los $ 2.000 M. Oficialmente, se mostrará un superávit de $ 7.000 M (muy lejos de los $ 32.000 M de 2008) porque la contabilidad oficial cuenta como ingresos las utilidades “contables” que manda el BCRA al Tesoro generadas estrictamente por la devaluación de la moneda y las rentas de la ANSES por la tenencia de títulos públicos. Ninguno de estos dos ingresos es macroeconómicamente relevante: uno por ficticio aun dentro de la ley, y el otro por ser parte de la misma “olla popular” entre el que paga y el que recibe.
Sin superávit y sin financiamiento genuino (ni de los mercados ni del FMI, y ni siquiera de Venezuela), el Gobierno se enfrenta a una disyuntiva para no tener que contener el gasto y para pagar la deuda pública en tiempo y forma. No es ésta la primera vez que enfrenta disyuntivas fiscales.
Entre 2003 y 2008, enfrentó dos. Una fue elegir entre gastar o tener superávit. La elección fue gastar y tener superávit, pero llevando la presión tributaria a niveles récord, y “se podía”. La otra, tiempo después, ligada a la primera, fue gastar más o bajar impuestos, y el Gobierno optó contundentemente por gastar más.
En 2009, aparecieron otras tres, al ritmo del deterioro fiscal. Primero fue si contener el gasto o manotear ingresos de algún lado. La elección fue manotear los fondos en las AFJP. Como no alcanzó, vino una segunda: contener el gasto o directamente perder el superávit primario. El Gobierno decidió perder el superávit. Una tercera disyuntiva fue entre pagar la deuda en dólares con reservas del BCRA o defaultear. La decisión fue pagar con reservas. O sea, este año, sin superávit fiscal y sin financiamiento genuino, se está pagando la deuda pública en pesos “a los ponchazos” (incluyendo préstamos del Banco Nación) y la deuda en dólares con reservas.
En 2010, se avizoran otras dos nuevas disyuntivas: mejorar los números fiscales y conseguir financiamiento genuino.
¿Qué elegirá el Gobierno? Como viene la recaudación, para recuperar en 2010 al menos una parte del superávit perdido en 2009, habría que congelar nominalmente el gasto público. Luce un suicidio político. Por otra parte, el Gobierno quiere plata del FMI pero contra nada, sin condiciones, apenas con “auditoría estadística”, y eso no es posible.
La conclusión es seguir rezando para que desde un mundo líquido se abra alguna puerta para conseguir plata, aunque sea cara. Por supuesto, la emisión monetaria para financiar al fisco, con mecanismos directos o indirectos y el pago de la deuda en dólares con reservas lucen como un camino probable. De ocurrir, la emisión no se verá en forma nítida ni inmediata. El Gobierno recurrirá a parches y atajos ganadores de tiempo. Pero el pronóstico es que el Gobierno tiene chance de seguir financiando con la caja mayor: la del Banco Central.
El deterioro fiscal es de magnitud. El BCRA ahora tiene como nueva tarea financiar al Tesoro, no solamente acumular reservas, administrar el tipo de cambio y mantener a raya los agregados monetarios. Cuando la autoridad monetaria queda pegada a la caja fiscal, la tasa de inflación y el tipo de cambio pasan a ser variables consecuencia de la política fiscal. En 2009 las cajas del Tesoro y el BCRA empezaron a mezclarse de nuevo. Volvió el principio de la “caja única” y del BCRA como financista sistemático del Tesoro.
En 2010 el virus del impuesto inflacionario estará circulando. Es una circulación incipiente, no masiva. No son los años ochenta. Pero cuando se abre la caja de Pandora del financiamiento no genuino del Tesoro, se entra en un modelo diferente, más difuso y embarullado. Conseguir plata, aunque sea cara, es hoy también parte del objetivo oficial.
*Economista.