El gobierno de Moscú hundió hace diez días una bandera rusa en el fondo del Polo Norte, y reclamó la titularidad de un territorio del tamaño de Europa Occidental. Se cree que en el Artico existen reservas de petróleo equiparables a una cuarta parte de las existentes actualmente en el mundo, y un porcentaje similar de gas.
El presidente Vladimir Putin ha señalado que la exploración y explotación del petróleo polar pueden convertir a Rusia, hoy segundo productor y exportador de crudo en el mercado mundial, en una “superpotencia energética”.
Putin rechazó el plan norteamericano que pretende instalar un sistema de defensa misilística antimisiles en la República Checa y Polonia, y decidió el retiro de Rusia del Tratado de Fuerzas Convencionales suscripto en 1991, lo que abre la posibilidad de reorientar las armas estratégicas del ejército ruso en dirección a Europa Occidental.
Tras el retiro de Rusia del Tratado de Fuerzas Convencionales, la imagen de la reaparición de la Guerra Fría se apoderó de los medios de comunicación occidentales. De pronto, Putin lanzó hace dos semanas en la reunión del G-8 en Alemania una iniciativa de extraordinaria audacia: establecer con EE.UU. y la OTAN un sistema antimisilístico en Azerbaiján y en el sur de Rusia para enfrentar, en conjunto, el riesgo de ataques de misiles provenientes de Irán.
Las reservas del Banco Central de Moscú ascendieron a 400.000 millones de dólares en mayo de 2007, mientras que eran 303.000 millones a comienzos del año. En el primer trimestre de este año, la economía rusa creció 7,9%, un punto más que el aumento de 2006, impulsada por la construcción, la industria y el comercio internacional. En el último año, la inversión creció 20,1%, comparada con 5,7% de aumento que experimentó el año previo.
El consumo individual es el más alto de la historia rusa, con un aumento del ingreso per cápita del 13% sólo en los últimos 12 meses; de ahí el auge de las ventas en los supermercados de 13,6% en lo que va de este año. Por eso, el incremento del consumo está acompañado de un aumento extraordinario de las importaciones, que sólo en el primer trimestre de 2007 aumentaron 38,6%.
La producción petrolera, a pesar de su importancia mundial, tiende a convertirse en un freno para el auge de la economía porque sólo se expande a la mitad del ritmo de incremento del PBI. La débil performance del sector petrolero está vinculada en forma directa al aumento creciente del control estatal porque los sectores que permanecen en manos privadas tienen tasas de crecimiento que son el doble y hasta el triple.
Rusia, como todos los países que son grandes productores y exportadores de petróleo (Arabia Saudita, Irán, Nigeria, Venezuela), ha elevado su estatus geopolítico en los últimos cinco años. El crudo está en niveles récord (71/78 dólares el barril) como consecuencia de un crecimiento excepcional de la demanda mundial impulsada por el consumo de China, India y EE.UU.
El presidente Vladimir Putin ha reconstruido el Estado ruso en los últimos ocho años, tras enfrentar una situación de aguda desintegración interna con una virtual soberanía de las repúblicas y regiones de la Federación. La economía estaba entonces en manos de grupos empresariales provenientes de la antigua nomenklatura soviética, que se apoderaron de las empresas estatales en la caótica privatización de los años de Boris Yeltsin. La reconstrucción del Estado realizada por Putin ha seguido los trazos de la cultura cívica rusa a través de toda su historia, hondamente estatista y visceralmente autoritaria.
Los desafíos que enfrenta Rusia son ante todo de orden interno. El crecimiento demográfico es profundamente negativo; la tasa de incremento poblacional estimada para 2007 es –0,5%. La población rusa era de 145 millones de habitantes en 2002, y en 2007 no superará los 141 millones. Rusia pierde población en términos absolutos.
El crecimiento de excepción está acompañado de una debilidad igualmente notoria de sus instituciones políticas y económicas. El poder del Estado que se ha reconstruido a través de Putin tiene, por eso, un carácter esencialmente hegemónico, que, según indica la experiencia histórica, es el más difícil de transmitir y de suceder.
El choque entre Rusia y EE.UU. no es la reaparición de la Guerra Fría. Esta fue una puja por la hegemonía mundial que se desplegó a lo largo de 40 años; y hoy nadie disputa la hegemonía unipolar de EE.UU.; tampoco Rusia. Lo único que reclama es ser considerada una gran potencia que participe de las decisiones estratégicas que afectan su seguridad.