Cuenta alguien desde las entrañas del justicialismo bonaerense:
“La disputa dentro del PJ disidente con Macri tiene que ver con el armado de las listas en la tercera sección electoral del Gran Buenos Aires. Esa va a ser la clave de la disputa. Néstor Kirchner sabe que ahí tiene que sacar el 45% de los votos para tratar de equilibrar el panorama adverso que se le presenta en el interior de la provincia y la situación de creciente dificultad que ofrecen la primera y segunda sección.
”En la tercera hace falta gente que ponga el cuerpo. Y esto no es una metáfora. Por eso los opositores no peronistas no tienen chances de ganar.
”Ahí, a la hora de la verdad, las cosas se definen a las piñas o a través de la intimidación de un revólver. Si no hay gente que esté dispuesta a hacer eso, te aprietan a los fiscales y te roban boletas y votos.
”Y claro, a esa gente que se juega la vida hay que recompensarla con un lugar en la lista, porque si no los ponemos se van con el Frente para la Victoria. Muchos son impresentables.
”Eso, lo sabemos todos, pero la realidad es que no podemos prescindir de ellos. Sin ellos no ganamos.
”Esto es lo que Macri no entiende, ya que no tiene la más mínima idea de lo que pasa en estas zonas del Conurbano bonaerense en donde la elección se define al más puro estilo Far West. Eso es lo que se está negociando y discutiendo.”
El relato, escalofriante, bien podría pertenecer a los años en los que era dueño y señor de esta comarca el caudillo conservador Manuel Fresco, cuyo apogeo se vivió en los años de la Década Infame en la que reinó el fraude patriótico.
¿Estará la Argentina condenada a que estas conductas aberrantes tengan el carácter de inexorables?
¿Alguna autoridad electoral hará algo para evitar esto?
Si Alfonsín viviera
“¿Mañana se acordarán?” fue el título de la columna del domingo pasado. La pregunta hacía referencia al impacto político producido por la muerte y la multitudinaria participación popular en las exequias de Raúl Alfonsín.
Hablábamos entonces del mensaje de la ciudadanía en cuanto a la valoración de lo institucional, objetivo que constituyó el legado más importante que dejó el ex presidente muerto.
Pues bien, la respuesta a ese interrogante por parte del Gobierno llegó rápidamente: el recuerdo de ese legado tuvo vida efímera.
El miércoles pasado, cuando comenzó a menearse la loca idea de las así llamadas “listas testimoniales”, la ciudadanía se anotició de que no hay, en el presente de Néstor y Cristina Kirchner, posibilidad alguna de liderar un proceso evolutivo de recuperación del valor de lo institucional. En buena parte de la oposición, hay que decirlo, el panorama es similar.
Lo que está pasando con la iniciativa kirchnerista merece dos niveles de análisis: uno, el meramente electoral; el otro, el institucional. Vayamos por partes.
En el nivel electoral, la movida de Néstor Kirchner ha revelado la situación de debilidad y consecuente temor con que el matrimonio presidencial enfrenta las elecciones del 28 de junio próximo. Es claro que ya no les alcanza con el adelantamiento de la fecha electoral.
“Pocas veces la endeblez de un partido o de un gobierno ha quedado tan expuesta”, confesaba un hombre que supo pertenecer al Gobierno y que suele conversar con el ex presidente en funciones.
“Lo que pasa es que, además, Néstor sabe de la situación de volatilidad que se vive en el Conurbano bonaerense, al cual apuesta todas las fichas para su triunfo”, agregaba la misma fuente.
Lo por ella dicho es corroborado por otras tantas que hablan de las reuniones y contactos de muchos de esos intendentes con Eduardo Duhalde. Algunos ni siquiera han tenido prurito en ir a visitarlo a sus oficinas cercanas al Congreso, en las que la actividad es intensa.
“Con esto Néstor nos complica la vida”, confesaba un intendente K que en un reportaje radial, minutos antes, había defendido a capa y espada la idea. “A mí la idea no me gusta y no la comparto. Resistiré hasta donde pueda porque sin caja no se puede hacer gestión y la caja la maneja Néstor”, expresaba, a modo de catarsis, el intendente de una importante ciudad del la provincia de Buenos Aires que asiste azorado a estas actitudes espasmódicas e inconsultas de Néstor Kirchner.
El origen de toda esta oleada de desasosiego institucional tuvo como detonante las encuestas que están amargando la existencia del ex presidente en funciones en su búnker de la Residencia de Olivos.
Es producto, a su vez, de una concepción dramática y fatal de la política, según la cual el Dr. Néstor Kirchner y su esposa, la Presidenta, no podrían seguir gobernando si pierden las elecciones del 28 de junio próximo. Esto es de un tremendismo inquietante.
El Gobierno tiene la obsesión de que si no gana, todo habrá terminado, y no advierte que, de continuar con este rumbo del todo vale, una victoria le servirá de poco.
Que un intendente como Hugo Curto, de Tres de Febrero, en donde Néstor Kirchner estuvo presidiendo actos hace no mucho, haya salido a despegarse de la iniciativa velozmente, debería ser un alerta para el matrimonio presidencial. La incomodidad de Scioli es mayúscula.
El gobernador de Buenos Aires, quien ha venido hablando permanentemente del valor de lo institucional, debería reflexionar seriamente sobre la contradicción en que cae al no expresar reproche alguno sobre esta idea de las “listas testimoniales”. ¿Alguna vez se atreverá Scioli a decirle que no a Néstor Kirchner?
Junto al aspecto meramente coyuntural de esta movida hay un nivel más profundo: el institucional. Y entonces sí esto adquiere una gravedad aún mayor.
Una iniciativa de este tipo, por la cual un gobernador se postula para encabezar la lista de candidatos a diputados y un intendente para hacer lo propio con la lista de concejales para luego renunciar a esas bancas y reasumir los cargos ejecutivos es, lisa y llanamente, la convalidación de un fraude que vacía de contenido y significado el instrumento esencial de la democracia: el voto.
Claro que en esto vale la pena detenerse un poco, ya que buena parte de la dirigencia política argentina ha aportado y aporta lo suyo para este desquicio.
Porque también ha sido una falta de respeto al valor del voto el que un funcionario elegido para un cargo lo deje a medio camino y se postule para otro. Ahí está, en estos momentos, el caso de Gabriela Michetti con su anunciada renuncia a la Vicejefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a fin de postularse como cabeza de lista de los candidatos a diputados nacionales por el PRO. Alguien podrá decir, y con razón, que cuando Michetti se candidateó para el cargo que hoy ocupa, no anunció que renunciaría a él si las necesidades electorales de su partido se lo requirieran. Sin embargo, esto no la exculpa de la defraudación a sus electores que su potencial nueva candidatura implicaría. Y esto va más allá del hecho que, seguramente, muchos la volverían a votar sin hacerle la más mínima crítica. En el caso de Michetti, la defraudación sería doble, ya que, en su discurso, el PRO ha sostenido querer aspirar a una nueva forma de hacer política, que es lo mismo que prometió muchas veces Néstor Kirchner y nunca cumplió.
La historia de estas conductas no es nueva. La casuística es numerosa y, entre ella, hay casos notorios.
Fernando de la Rúa se postuló para diputado en 1991 y no terminó su mandato porque al año siguiente fue candidato a senador por la Capital, elección en la que venció a Avelino Porto para tampoco completar su mandato porque en 1996 compitió por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, cargo al que accedió tras vencer a Jorge Domínguez y que debió abandonar anticipadamente cuando asumió la Presidencia de la Nación.
En 1996 Graciela Fernández Meijide fue elegida senadora por la Ciudad de Buenos Aires, mandato que no completó, porque asumió como diputada nacional por la provincia de Buenos Aires tras ganarle la elección a Hilda González de Duhalde en 1997. El mandato de diputada tampoco lo completó porque fue designada ministra de Desarrollo Social en el gobierno de la Alianza.
En el año 2005 Alicia Kirchner era ministra de Desarrollo Social y se postuló a senadora por Santa Cruz, elección que ganó para dejar la banca unos meses después de asumir y retomar su cargo ministerial.
En 2005 Cristina Fernández de Kirchner era senadora por Santa Cruz. Su mandato vencía en 2007.
No obstante se presentó como candidata a senadora por la provincia de Buenos Aires en la que no estaba empadronada, en la que, por lo tanto, no pudo votar.
En 2007 renunció sin completar su mandato para asumir la Presidencia de la Nación.
Este es el contexto en el cual aparece esta disparatada idea de las “listas testimoniales” de los Kirchner, la que, en su audacia, va un paso más allá de lo conocido hasta aquí.
Y es entonces que surge un interrogante clave: ¿la ciudadanía convalidará esto?
La pregunta tiene una respuesta preocupante hacia el pasado: sí. ¿Y hacia el futuro, cambiará? Como diría Hamlet, ésa es la pregunta cuya respuesta sabremos recién en la noche del 28 de junio.
Producción periodística:
Guido Baistrocchi.