¿Qué hemos hecho para merecer esto? Hoy amanecimos con el propósito existencial de no enfrentar a tu esforzada patria. Pero, los dioses son obsesivos compulsivos y repiten la historia de Alemania 2006. ¿Es justo que cada cuatro años una nación de gente agradable pase por tamaño sufrimiento?
Antes del Mundial imperan las razones. Durante la gesta, sólo sirven las supersticiones. A la gente de cabeza fría le quedaba claro que el nivel del fútbol mexicano daba para llegar a la siguiente ronda y perder como lo hemos hecho en los últimos cuatro mundiales. Sin embargo, en cuanto el Jabulani comenzó a botar, llegó el permiso de concebir sueños desmedidos.
Por misterios de lo desconocido, Javier Aguirre insistió en mantener a Guille Franco como eje de ataque. El Vasco tiene una inquebrantable fe en el delantero que prepara bien los platillos pero no tiene cubiertos para comerlos. Esto lleva a una pregunta casi cósmica: ¿sirven de algo los partidos de preparación? En el juego con que México se despidió de su afición en el Estadio Azteca, el Venado Medina metió el golazo que derrotó a Chile. Y en el juego con que México cerró su calentamiento antes del Mundial, el mismo delantero metió otro golazo ante Italia. Además, ha jugado con el Chicharito Hernández en Chivas, de modo que se asocian bien. Pero está visto que esos prolegómenos no sirven para tomar decisiones.
Otro asunto extraño es Cuauhtémoc Blanco. A sus 37 años dispone de capacidad respiratoria para media hora de trifulca.
Por último, está el caso de Andrés Guardado. Aguirre se resistía a usarlo y de golpe lo alineó como titular. Es bueno que un equipo sea versátil, pero es mejor que sea consistente. México carece de alineación estable.
El Chicharito Hernández entró demasiado tarde contra Uruguay y todo parece indicar que se entiende poco con Franco. ¿Es posible entender a un entrenador? Si una nación se encandila en forma unánime con un héroe, ¿no vale la pena darle una oportunidad? Javier Hernández es el favorito de la tribu. Incluso por el sibilino deseo de complacer a la afición, Aguirre podría usarlo con más asiduidad. Pero lo hace purgar condena en el banquillo y así manda nuestro estado anímico a Siberia. Si el Chicharito jugara los 90 minutos y de todas formas perdiéramos, estaríamos más orgullosos. No sólo caemos: el consentido del fervor popular actúa en pequeñas dosis.
Durante unos minutos demasiado largos, Sudáfrica pareció capaz de golear a la neurasténica Francia. Las vuvuzelas sonaron en los dos estadios con el mismo afán: impulsar a los Bafana Bafana. Dependíamos de terceros para no ser eliminados.
En medio del desconcierto, la porra mexicana demostró que su grito más socorrido ha dejado de ser “¡Sí se puede!”. La televisión satelital nos pone en contacto con la palabra que los mexicanos sacan del pecho en Africa: “¡Puuuuuuuuutos!”. Del irrestricto apoyo emocional hemos pasado al ultraje vengativo. Juan Rulfo definió a Pedro Páramo como “un rencor vivo”. Ante las repetidas decepciones, la fanaticada tricolor deja de ser el clan fiestero que se desentendía del resultado para parecerse al más célebre personaje de la literatura mexicana. Cada cancha es Comala.
La triste canción de amor que canta el Tri no me impidió hacer periodismo de investigación a través de la red. Supe que fuiste reconocido entre la hinchada argentina. “¿Caparrós?”, te interpeló un lector: “¿Le parece a usted que el gobierno aprovechará políticamente si Argentina gana el Mundial?”. La pregunta me interesa porque yo planteé algo así después de la victoria contra Francia. En el carnaval de las expectativas no se espera que México sea campeón. Por lo tanto, nuestras exiguas alegrías suscitan paranoias rápidas: basta un triunfo para temer que los mandamases se equivoquen adrede. ¿Por qué no podemos prescindir de esto? No sé lo que le comentaste a tu paisano, pero me gustaría saberlo. Supongo que preferiste disfrutar sin pensar en el efecto que los goles tendrían en la producción de vacas, pero esos temores se cuelan por todas partes, como el humo de los agricultores de soja que de pronto llegó a Buenos Aires, cegando la vista y recordando que lejos de la ciudad y sus estadios –aunque no tanto– hay temas pendientes.
Prepara los adjetivos para el domingo (N. de la R.: por hoy). Los mexicanos podemos caer, pero no sin frases célebres.
*Escritor mexicano.