En una sociedad en la que el humor de millones está condicionado por el resultado de un partido de fútbol, ser presidente de la AFA es mucho más que ser el dueño de la pelota. Porque en la Argentina pueden parar los trenes, hacer huelga los maestros o no sesionar los legisladores, pero no se puede parar el fútbol. Aun hoy con Kirchner, ayer con Duhalde o anteayer con Menem, el fútbol no debe parar. La percepción es que a los gobiernos les viene fenómeno que ruede la pelota y sienten pánico cuando alguien amenaza con metérsela en el bolso y guardarla en el ropero.
Hace 28 años que Julio Grondona garantiza que la pelota esté en movimiento. Es cierto que hubo episodios en los que no hubo más remedio que dejarnos algún fin de semana sin partidos. Pero la tendencia es a jugar siempre. Porque así como hubo fútbol el 28 de marzo de 1976 –tres años antes de la llegada de Grondona– y a millones les importó más que Boca le empatara sobre la hora a Banfield que los grupos de tareas empezaran a destrozar a una generación, Racing salió campeón en 2001 cuando en el país ni siquiera había presidente. Al fútbol se juega sin importar si un policía acribilla a un jugador en Mendoza o si dos facciones de la barra de River se enfrentan a los tiros en parrillas ubicadas a metros de la cancha, en Núñez. En episodios como éstos se explica el poder que tiene el presidente de la AFA, tal vez el cargo no institucional más influyente del país. Un poder lleno de cómplices que lo cuestionan. Plagado de dirigentes que culpan a la AFA por supuestas campañas contra sus clubes que jamás presentaron una lista alternativa para desbancar a Grondona.
De los vicios, los cuestionamientos y los excesos de ese poder hay decenas de páginas escritas en este mismo diario. También del nocivo fenómeno de un continuismo sin precedentes en el mundo de las pelotas. Grondona suele decir que él seguirá siendo presidente de la AFA mientras sus pares –los clubes– así lo decidan. Falta agregar, entre otras cosas, que hay pares que, en representación de sus clubes dentro de la AFA, consiguen formar parte de la FIFA y cobrar sueldos que van de los 15.000 hasta los 30.000 euros mensuales. Cargos que sólo se consiguen siendo parte del organismo… y siendo fiel a Don Julio. Sin que esto signifique ni mínimamente un justificativo a 28 años ininterrumpidos de mandato, es inocultable la responsabilidad de los principales sectores de nuestra sociedad –desde los clubes hasta diversas áreas de los gobiernos– en que nadie se anime a proponer una alternativa. ¿O acaso usted escuchó que en las elecciones de los clubes algún candidato proponga una conducta más digna y menos vertical a la hora de llevar la representación a Viamonte?
No es un fenómeno demasiado distinto al que vivieron (en algún caso, viven) provincias como Catamarca, Neuquén, La Pampa o San Luis. O el de Quindimil en Lanús. O el de tantos gremios. Un país desmovilizado garantiza éxitos electorales en comicios presuntamente democráticos. Cientos o miles viven decidiendo la conducción que representa luego a millones y un fulano con doscientos votos cautivos puede construir un espacio de poder inimaginable.
En las últimas semanas, explotaron como grandes noticias la abstención de Independiente en la última reelección de Grondona y una carta personal de Mauricio Macri en la que se cuestionan aspectos de su conducción que se disfrazó equívocamente como la voluntad de Boca Juniors por el solo hecho de haber sido enviada en papel con membrete de la entidad. Es decir que fue una gran noticia que un par de clubes se abstuvieran. En ocho elecciones, apenas un intento menor de un ex árbitro por presentar una lista alternativa y un puñado de abstenciones fueron toda la oposición que tuvo Grondona. Es ridículo creer que todo esto tenga que ver sólo con la ambición de poder del implicado y no con la connivencia de quienes manejan el fútbol en los distintos niveles.
Habrá pronto un nuevo gobierno y habrá, seguramente, un nuevo secretario de Deportes. Sea tan honrado como Claudio Morresi o pícaro como el peor de sus antecesores, lo único que nadie puede imaginar es que su gestión incluya intervenir en asuntos relacionados con la AFA. Por lo general, meterse en asuntos de las federaciones es chocar con un muro de hormigón. Intentar hacerlo con la AFA evita el choque: los superiores del funcionario se encargarán oportunamente de explicar que allí nadie se mete.