Volvió un día. Del reposo sanitario, de la convalecencia, del aislamiento geográfico. Con inflación en ascenso, dólar desbordado e inquietud salarial. Así volvió de Ascochinga la presidenta María Estela Martínez en 1975. En curiosa repetición de género, otra mandataria de corte peronista, Cristina, esta semana casi retrató la misma foto. Con diferencias. La viuda de Perón era acechada por guerrilleros y militares, la violencia criminal estaba incorporada al trámite diario, nadie se molestaba siquiera con la traición (en Córdoba, a Isabelita la asistieron como damas de compañía las esposas de los comandantes que luego la derrocaron y apresaron). También existía otro clima popular: en su regreso, Isabelita llenó la Plaza de Mayo con una multitud (tamaña concurrencia dicen que obligó al aplazamiento del golpe); hasta parte del progresismo, incluyendo el sindical, entendió la defensa democrática.
En esta ocasión –y al contrario de lo que desea y manifiesta Ella en sus discursos– sólo dos salones de la Rosada se ocuparon con masitas de jóvenes. Entusiastas, creyentes, tanto que vociferaban contra Clarín mientras el Gobierno le aceptaba al Grupo el plan de adecuación y concentración mediática –integrándolo a sus partenaires afines– y la prometida revolución de la década se cerraría con cambiar un número por otro en el dial. Sin hablar de Telecom, todavía, ni de David Martínez, Carlos Zannini o los bonos de la deuda.
¡Qué lindo es dar buenas noticias!, fue una ocurrencia comunicacional que no le duró mucho a Fernando de la Rúa, pero que atrapa a los asesores de la Presidenta: el anuncio del subsidio para estudiantes veinteañeros copia ese espíritu distractivo, pretendió ocultar urgencias dolorosas que reaparecen a las 24 horas, como la inflación, los cortes de luz, el dólar, las reservas. Se comprende: no debe ser grato decidir una disminución salarial, devaluar luego de jurar lo contrario y tentar al odiado campo con un mejor precio para que exporte lo que se afirma tiene almacenado y reponga divisas.
De ahí que en su exilio intelectual y tal vez médico, Ella le dedicara tiempo a otro tipo de satisfacciones: la organización para celebrar el próximo 25 de Mayo con el estreno del Museo del Bicentenario, dedicándose a la ceremonia y su presentación, la escenografía, los concurrentes, el vestuario. Alivia más cultivar lirios que ocuparse de la soja o de los 80 milímetros que requerían ciertas zonas de Córdoba para que el maní tuviera una cosecha decente.
Está tan en su mundo que ni siquiera olvidó apelar de nuevo en su mensaje a la cultura del conflicto, a señalar enemigos ciertos o improbables, creyendo que la humanidad subsiste y se supera gracias a la confrontación, cuando el mayor misterio a resolver es cómo los salvajes primates, el hombre de Cromañón y sus bípedos seguidores lograron solidarizarse tanto entre sí –al margen de reyertas– para sobrevivir, multiplicarse y progresar. O repara, quizás, que la sociedad es la historia de la paz con agujeros de guerra, no la historia de la guerra con agujeros de paz.
Filosofía aparte, igual que las distracciones discursivas, Cristina en su regreso venía desteñida del lado económico y no la ayudó la previa al partido, sea por las contingencias del mercado, la espiral de los precios o por el fallido de Axel Kicillof con el Club de París (con gran anecdotario que llega de Europa). Una suma de episodios que generan clima de hostilidad (como los escraches a la casa del ministro por parte de vecinos sin luz o la angustia de Jorge Capitanich para encerrarse en una pieza de hotel con sus hijas en Navidad, sin atreverse a bajar al restaurante). Y en 24 horas, pasaron de volver a Guillermo Moreno reventando cuevas, a cierta liberalidad en las compras de dólares para decir que no hay más cepo. Cierta fiebre nociva en precios y dólar entre la gente, desorientación y disturbio en las autoridades –a esta altura, Juan Carlos Fábrega y Diego Bossio son a Kicillof lo que Daniel Scioli es a Cristina–, un corsi e ricorsi entre lo que se dice y se hace que abruma de expectativas el cuadro económico para los próximos días. A pesar de que muchos reconocen sinceramiento técnico, aunque impericia, en la devaluación de Kicillof.
Para colmo, con alguna fatuidad, el ministro nada dijo de que lo propusieran como candidato presidencial desde el propio gobierno. Molestó a varios la insinuación, más a Florencio Randazzo, de que había sido sacudido por la dama por expresar sus aspiraciones políticas, harto –se supone– de inventos a dedo como Amado Boudou, Martín Insaurralde (habrá que ver por qué lo llaman “el pibe de oro”), el propio Capitanich y, ahora, “John Travolta”, apelativo que se ganó Kicillof en el Gabinete por su look de patillas y camisas con grandes cuellos de Fiebre de sábado por la noche. Algo de humor en la oscuridad. Es que en la hoguera de la inflación y el dólar, de las fúnebres especulaciones, también se cocinan ubicaciones para 20l5.
Cristina, en ese aspecto, no sólo se dedica a los lirios o viaja a Cuba y Venezuela: se ha propuesto llevar un delfín que compita al menos en la segunda vuelta, como ocurrió con su marido Néstor. Para lo que requiere dividir el gelatinoso electorado del peronismo y adyacencias, lograr que no menos de cuatro se presenten, del repudiado Sergio Massa por orden presidencial al por ahora neutral Scioli, un tercero quizás por la ortodoxia (¿mandó a trabajar en ello en la provincia de Buenos Aires a Mario Ishii, luego de una prolongada entrevista?) y un cuarto propio, joven si es posible. Aunque sin identidad todavía, cuestión que enloqueció a Lula una de las últimas veces en la que conversaron. “No entiendo –le dijo– cómo no has contemplado uno o varios candidatos tuyos. ¿En qué pensabas? Yo, en su momento, no pensé sólo en Dilma (Roussef), también tenía otros tres. Esto no es eterno”.