Aristóteles escribió en alguna oportunidad que “el hombre es un ser social por naturaleza”. Genéticamente nacemos con esta característica de “seres sociales” y vamos modelando a lo largo de nuestra vida esta condición para bien o para mal, ya que necesitamos de los otros para sobrevivir.
Desde que los hombres viven en comunidad, los códigos de comportamiento –es decir, la regulación moral de la conducta– han sido necesarios para aspirar al tan complejo y ansiado bienestar colectivo. La clave pareciera estar en enfocarnos en una construcción colectiva por encima de las conquistas individuales.
Convencidos de que la ética no es una cuestión de leyes sino de comportamientos, decidimos realizar un estudio profundo de la problemática. Y lo hicimos a través de preguntas relacionadas con temas del día a día, sin recurrir a delitos de cuello blanco, laberínticos artilugios financieros ni complejos entramados societarios.
Del resultado de una reciente encuesta de cuyo diseño he participado, y con más de 800 opiniones de ciudadanos de la Ciudad y Provincia de Buenos Aires, surge que uno de cada dos habitantes piensa que la corrupción es inevitable, y también uno de cada dos opina que la principal causa de la corrupción es la deshonestidad de la sociedad en general.
Lo cierto es que la autopercepción de la población respecto de su propio nivel de corruptibilidad es demasiado diferente de su percepción comparándolo con lo que opina que haría el resto de los habitantes ante la misma situación.
Ante la posibilidad de sobornar a un policía para evitar una multa, el 76% de la gente declara que acepta la multa y la recibe sin intentar sobornarlo, mientras a su vez asevera que 8 de cada 10 de sus conciudadanos sobornarían al policía.
En el mismo sentido, ante una situación de uso de violencia en la vía pública de un hombre hacia una mujer, solo el 7% de los entrevistados dijo que no intervendría. Sin embargo, argumentan que el 64% de la sociedad no haría nada al respecto.
Veamos incluso que, ante el error de un mozo en la cuenta a favor del cliente el 75% declaró que le avisaría al mismo para que corrija la cuenta incluyendo lo omitido, mientras que sostienen con seguridad que casi 8 de cada 10 personas no diría nada.
¿Se trata esto de un simple malentendido? No lo creo.
Y si hay algo que debería preocuparnos en forma significativa es que más del 70% de la población cree que la Justicia es corrupta o muy corrupta.
Un dato sorprendente es que el gobierno nacional haya sido seleccionado como la entidad menos corrupta, exhibiendo una imagen de “Corrupto” o “Muy corrupto” 7 puntos menos que el puntaje obtenido por la propia sociedad. Una posible lectura de esto es que las formas adoptadas desde el Gobierno respecto de la transparencia y la lucha anticorrupción está teniendo efectos positivos en la consideración popular, lo que deja en evidencia que la sociedad entiende que la corrupción es un flagelo que se debe combatir.
En esta línea, los esfuerzos de las actuales autoridades para alinearse con los requerimientos de la OCDE, incluyendo la sanción de una batería de leyes ligadas a la transparencia, entre las cuales se halla la de responsabilidad penal de las personas jurídicas para delitos de corrupción, están haciendo efecto.
Llama la atención adicionalmente que el 30% de la población, bajo el supuesto de poder estar mejor que ahora, esté dispuesta a tolerar la corrupción. Nos hace suponer que existe aún un largo camino por recorrer en la concientización de la población respecto de los efectos nocivos que la corrupción tiene en la sociedad como un todo.
Está demostrado que la mentira es contagiosa y que los países donde hay más confianza en el vecino (Noruega podría ser un buen ejemplo) logran mayor desarrollo económico. Esto no es otra cosa que la llamada “confianza social”, de la que pareciera que hoy los argentinos estamos lejos.
*Profesor de Ucema, director de la Certificación Internacional de Etica y Compliance.